domingo, 30 de septiembre de 2012

XXVI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Un Mundo sin Excomulgados
Félix  Zaragoza  S.

Texto: Marcos 9,38-48

    El evangelio que comentamos recoge episodios y sentencias diversas, que podemos dividir en dos partes en la primera sigue la incomprensión de los discípulos. No sólo discuten acerca de los primeros puestos, como veíamos el domingo recién pasado, sino que pretenden  asegurarse unos privilegios. El poder de “expulsar demonios" lo quieren sólo para ellos. Pero Jesús adopta una postura tolerante valorando el bien que cualquiera pueda hacer. Por eso a continuación añade una sentencia valorando toda ayuda que pueda proporcionarse en favor del hombre: "quien dé un vaso de agua no perderá su recompensa".
 
    La segunda parte plantea el problema del escándalo: hemos de evitar a toda costa todo lo que pueda dañar la fe, la propia y la ajena, sobre todo de los demás pequeños.
 
1. Apertura frente al Sectarismo.

    Si el domingo pasado Jesús proponía una actitud de servicio, hoy nos inculca una actitud de apertura y tolerancia sin fanatismos ni exclusivismos. Jesús no quiere a su Iglesia como ghetto cerrado. Nos quiere abiertos y solidarios de todos los hombres honrados y con calidad humana que, aunque no sean "de los nuestros" porque no pertenecen al grupo cristiano, buscan no obstante el bien, tenemos que alegrarnos de que se practique el bien, de que se luche contra el mal, de que se construya el reino, también fuera de la Iglesia.
 
    Tenemos que tener claro que el reino no se autolimita al ámbito de la Iglesia, sino que alienta en todos los hombres de buena voluntad, aunque no pisen nunca nuestros templos. Cuantos aman al prójimo y trabajan sinceramente por un mundo más humano y por los derechos del hombre están a favor del evangelio. El bien y la verdad, y hasta el mismo evangelio no son monopolio exclusivo de nadie. El evangelio es una oferta para todos.
 
    Esta actitud de hacer el bien para construir un mundo mejor es la que hace posible el ecumenismo, en el más amplio sentido de la palabra. Porque la triste realidad es que tenemos la religión suficiente para odiarnos, pero no la bastante para amarnos. Este es el deseo del poeta Neruda: "Quiero vivir en un mundo sin excomulgados..., quiero vivir en un mundo en que los seres sean ante todo humanos, sin más título que éste; sin darse en la cabeza con una palabra, con una etiqueta".
 
    En esta actitud, donde el humano importa más que la ideología, el partido, y hasta la misma iglesia o religión, no podrá haber exclusivismo, ni tampoco proselitismo. Y así concluye Neruda: "Quiero que  se  pueda entrar en todas las ig1esias." Esto es lo que nos enseña Jesús hoy: todo el bien que se hace, dentro o fuera de la iglesia, merece aplauso y apoyo.
 
2. El Escándalo.

    El Jesús que acabamos de ver tan tolerante, llega a ser intransigente frente a los que impiden que crezca la fe: "el que escandalice… más le valiera que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar".
 
    Jesús es radical. Continúa diciendo: "Si tu mano, tu pie, tu ojo te da escándalo, córtate la mano, córtate el pie, sácate el ojo. Es mejor entrar mutilado en el Reino, que ser botado al fuego que no se apaga".
 
    Las dos frases en definitiva se dirigen a aquellos que, o porque no les interesa, o porque quieren apuntarse todos los méritos, estorban o impiden el trabajo y el compromiso de alguien por el Reino.
 
    El escándalo es hacer tropezar al que trabaja en favor del hombre. Es aburrir, desanimar, cansar al que está comprometido con el evangelio.

    Cortarse la mano, vaciarse el ojo... son metáforas vigorosas que no hay que tomar al pie de la letra. Lo que Jesús quiere decir es que debemos saber cortar a tiempo con las intenciones torcidas, proyectos desviados y acciones perversas.

    Seguir a Jesús es un "SI" que implica toda nuestra persona y pide la autodisciplina del "NO" para todo aquello que estorba o no conduce al Reino de la vida.
 
    Que María, bajo el título del Carmen, nos ayude a hacer un Chile reconciliado y más humano.

sábado, 22 de septiembre de 2012

XXV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO




P. Félix Zaragoza

Texto Marcos 9, 30-37
     En el Evangelio de hoy Jesús continúa insistiendo en lo mismo del Domingo recién pasado: que va a ser entregado, que lo van a matar y que va a resucitar. Jesús anuncia de nuevo su pasión.
     Igual que el Domingo pasado, también hoy el evangelio nos presenta el contraste entre lo que Jesús anuncia y la incomprensión de sus discípulos. Los discípulos, a pesar de la bronca que se ganó Pedro delante de los demás, siguen sin entender, siguen pensando en el poder, siguen discutiendo quién es el más importante…
     Ante la incomprensión y ante los deseos de poder que tienen los discípulos, Jesús responde con dos breves exhortaciones la primera sobre el papel de servidor que el cristiano debe tener. Y la segunda sobre la importancia que tienen aquellos cristianos que se podrían considerar de menos categoría: "los niños".

1. El Cristiano debe ser un Servidor.
    "¿De qué hablabais por el camino?", les preguntó Jesús. Pues habían discutido entre ellos quién era el más importante... Jesús les dijo: si uno quiere ser primero ha de ser el último de todos y el servidor de todos.
Jesús afirma rotundamente que sus discípulos han de cambiar la ambición de poder por la actitud de servicio.
    El poder sirve para muchas cosas. Pero no sirve para que los hombres se vuelvan buenos; no sirve para liberar o sanar la libertad humana, sino sólo para suprimirla. El servicio, en cambio, hace buenos a los hombres y libera la libertad humana. El poder obliga, el servicio ayuda. El poder crea cuarteles y campos de concentración; El servicio edifica la comunidad. El poder impone silencio, el servicio habla hasta con el silencio. El poder se atribuye servicios, él servicio no se atribuye poderes. El poder suplanta al Espíritu, el servicio transparenta al Espíritu. Y por eso el poder acaba por levanta la cruz y el servicio acaba por morir en ella.
    Así es. El deseo de poder es la raíz de todos los males sociales y comunitarios, es el pecado que vicia la convivencia humana, montada sobre la rivalidad y la competencia.
    Por tanto, Jesús nos pide hoy que renunciemos a toda ambición de poder, para ser servidores de todos, sobre todo de los más pobres.
    Pero, ¡cuidado!. El servicio puede transformarse en dominio. Por eso la palabra "servir" está de moda y es rentable. "Servir mejor" es lema de firmas comerciales. "Servir al pueblo" es lema de políticos, sobre todo en campaña electoral. Pero para estos servicios, al cliente se le pasa boleta, en dinero o en poder. No es éste el servicio que propone Jesús. Es un servicio sin esperar nada a cambio.
    Por eso el cristiano se convierte en el servidor de todos. Y porque es el servidor de todos interviene también en las tareas comunes en asuntos públicos del pueblo, en juntas de vecinos, en la escuela, en asociaciones y sindicatos, en el trabajo, en la parroquia… Y el cristiano se mete en todo esto por fidelidad a Cristo, sin querer figurar o mandar, sino servir, servir de forma eficaz.

2. "Niños" ante el Reino.
    Jesús, para que su mensaje quede bien claro, responde con un gesto profético: "Y tomando a un niño, le puso en medio de ellos, y abrazándole, les dijo: el que acoge a un niño en mi nombre, me acoge a mí".
    El signo es claro y casi no requiere más palabras. El modelo del cristiano es un niño. Y no porque los niños sean siempre buenos, sino porque se encuentran entre los más necesitados. Niño es el que nada tiene por sí mismo y todo debe recibirlo como regalo de los otros. El niño es incapaz de valerse por sí mismo y vive a merced de aquello que los otros quieren darle.
    Por eso hay que volverse niños, es decir, los más pequeños. Hay que ponernos en los brazos de Dios como un niño en los brazos de su madre. Hay que aceptar el Reino como regalo, y no como conquista. Quien se sabe niño desde el Reino puede renunciar por siempre al poder; descubre su grandeza en ser pequeño y se realiza ayudando a los pequeños.
    Que en este mes, en que celebramos la independencia, la libertad, lleguemos a ser servidores unos de otros, para que chile sea realmente un país fraternal.


 

sábado, 15 de septiembre de 2012

XXIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO



P. Felix Zaragoza S.

Texto: Marcos 8, 27-35
  El Evangelio de Marcos llega hoy a un punto central Jesús pide a sus seguidores que se definan. Por eso les pregunta; “¿Qué han oído a la gente decir de mí? Y ustedes, ¿qué dicen?". A partir de este interrogatorio, Jesús anuncia su pasión, muerte y resurrección. Quiere dejar claro que no es el Mesías triunfalista y poderoso que los judíos esperaban. Por último en el evangelio de hoy se nos invita a seguir a Jesús por el camino de la Cruz.

  Por tanto, en el evangelio de hoy se distinguen tres partes: - Interrogatorio de Jesús y Confesión de fe en Cristo por parte de Pedro.
  • Anuncio por Cristo de la Pasión, Muerte y Resurrección.
  • Invitación de Jesús a su seguimiento.
1. Interrogatorio de Jesús.
  "Jesús les preguntó: ¿Qué han oído a la gente decir de mí?".Y es que entre la gente había opiniones para todos los gustos. Unos le tenían por una reencarnación de Juan Bautista. Otros por Elías, que es el que Había de preceder a la venida del Mesías. Unos terceros creen que es un profeta de los antiguos que ha vuelto a la vida. Entre la gente nadie le veía como el Mesías. No habían entendido que Jesús es el mensajero último del Reino de Dios.

  Por el tono en que hablan, se adivina que los discípulos no comparten estas opiniones de la gente. Por eso Jesús los acorrala: "Y ustedes, ¿qué dicen?". Pedro, en nombre de los apóstoles, confiesa su fe en Cristo, afirmando; "Tú eres el Mesías". Pero, ¿qué clase de Mesías? Tampoco los discípulos lo entendían. Tampoco Pedro. Esperaban un Mesías poderoso, triunfalista. Ni los discípulos se habían dado cuenta de la novedad tan radical que Jesús representa y de la novedad de su proyecto: su Reino, que supone una ruptura radical con cualquier actitud excluyente. No habían entendido que el Reino no se impone por la fuerza, sino que se ofrece en pura gratuidad. El Reino es un regalo que se regala en puro amor.

  A pesar de que Jesús les ha limpiado los oídos, según vimos el domingo recién pasado, siguen sin entender su mensaje. Cierto que han descubierto que es el Mesías, pero no han hecho ningún progreso en la comprensión del contenido que Jesús le quiere dar. Por eso Jesús les mandó callar.
Hoy la pregunta de Jesús sigue también planteada para nosotros Y ustedes, ¿qué dicen?, ¿quién soy para ustedes?

2. La Cruz. Camino del Mesías.
  Como respuesta a la confesión de Pedro, Jesús explica qué es para él ser "Mesías": y empezó a enseñarles que tenía  que realizar un camino de amor hasta la muerte, porque ese es el camino verdadero de vida. No es desde el poder y la fama, sino desde el servicio y la solidaridad como se hace presente el Reino de Dios.

  Entonces Pedro manifestó a Jesús que no estaba de acuerdo con esto. A Pedro le parece una barbaridad que Jesús diga, que va a ser rechazado, perseguido y llevado a la muerte. Pedro no entiende otro camino que el de la conquista del poder, el del éxito, el de la gloria humana.

  Por eso Jesús reprendió a Pedro, diciéndoles "¡Detrás de mí, Satanás! Tu plan no es el de Dios, sino el de los hombres".

3. El discipulado cristiano.
  Y no bastaba todavía. Había que sacar las consecuencias y Jesús las sacó. Y llamando a todos, les dijo: "si hay alguien que todavía quiere seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz y que me siga; porque el que quiera poner a salvo su vida la perderá; en cambio, el que pierda su vida por mí y el evangelio, la salvará".

  Con estas palabras,Jesús presenta una doble condición, para ser discípulo suyo hay que seguirle; y para poder seguirle, hay que cargar con la cruz.

  ¡Ojo!, no se trata de que para conseguir la vida eterna haya que sufrir. Dios no nos pide sufrimientos para darnos como premio la  vida eterna; lo que Jesús nos dice es  que el egoísmo lleva a la muerte y que sólo el amor, hasta la muerte si es preciso, es garantía de vida... aquí y luego.

  Por eso, debemos responder a la pregunta que Jesús hoy nos plantea. Y no vale una respuesta cualquiera, ni siquiera es suficiente responder que es el Mesías, el Hijo de Dios: hay que decir de qué Dios hablamos. Y Si queremos seguir a Jesús, tenemos que estar dispuestos a que su tarea sea nuestra tarea. Y el estilo de Jesús tiene que ser nuestro estilo. Aunque eso nos traiga las más terribles consecuencias.

sábado, 8 de septiembre de 2012

XXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO


PARA PODER HABLAR, ANTES HAY QUE ESCUCHAR

P. Félix Zaragoza
Texto: Marcos 7, 31-37

El evangelio de hoy nos habla de Jesús que devuelve a un sordo, que a la vez es mudo, la capacidad de oír y de hablar.

Para entender bien el mensaje del evangelio de hoy tenemos que tener en cuenta que la sordera, igual que la ceguera, se prestan a utilizarse en sentido figurado en todas las culturas. Incluso en nuestro castellano actual se dice "no hay peor sordo que el que no quiere oír". Dicho en el que la palabra "sordo" no tiene un significado físico, sino simbólico.

No es extraño, pues, que los términos "sordo", "mudo" puedan aparecer también en el evangelio con sentido figurado.

El sordo—mudo que aparece en el evangelio de hoy representa a los que no escuchan, no entienden, o no quieren entender el mensaje de Jesús. Por eso resultan mudos a la hora de expresarlo.

1- Las Causas de la Sordera.
Un sordo es un hombre que no oye nada más que a sí mismo. Eso es lo que les pasaba a los discípulos representados por el sordomudo del evangelio. Por ser judíos eran fanáticos de su religión, eran orgullosos, se consideraba el pueblo elegido de Dios, poseedores de la verdad, estaban aferrados a sus tradiciones, según vimos ya el domingo recién pasado. Y esto hasta tal punto que no eran capaces de escuchar otras cosas. No aceptaban lo que poco antes les había dicho Jesús: que todos los hombres son iguales, independientemente de su raza, cultura, tradiciones religiosas o de cualquier otra separación que los hombres, a lo largo de la historia, han establecido entre ellos; que la salvación es para todos los hombres, porque todos somos igualmente hijos de Dios.

No olvidemos que esta escena del sordomudo está colocada en el evangelio de Marcos a continuación de otra escena milagrosa, donde Jesús sana a la hija de una extranjera, haciendo así realidad el universalismo de la salvación. Además, este episodio del sordomudo se realiza en territorio pagano, haciendo así visible el universalismo del evangelio. Esto no les gustaba a los judíos. Por eso no escuchan a Jesús, porque se les terminaban sus privilegios. La sordera de los discípulos la provoca su nacionalismo excluyente. Para ellos era más importante ser israelita que ser persona humana. No quieren que el reino de Dios sea para todos los hombres. Y lo peor es que, sordos para oír el mensaje de Jesús, resultan también mudos a la hora de expresarlo.

Esto mismo es lo que le pasó a Zacarías, el padre de Juan Bautista. Al no creer—escuchar a Dios lo que le anunciaba, quedó mudo.

2. Para poder hablar, antes hay que escuchar.
Las personas que nacen sordas, también acostumbran a ser mudas, porque el oído y el habla van muy unidos. Quien no escucha no puede hablar.

Por eso nosotros, muy difícilmente podemos anunciar el evangelio, si antes no le hemos escuchado en el corazón.

Permítanme contar lo que me pasó con un grupo de jóvenes. Estábamos haciendo una experiencia de oración y un joven dijo: "yo no escucho para nada a Jesús". Claro, ¿cómo va escuchar a Jesús, sino ponemos el evangelio en sus manos? En el evangelio es donde tenemos la palabra del Señor. Ahí tenemos que escucharla. Porque el evangelio no es letra muerta, sino que la Palabra es El mismo, que se hace carne. Y eso sucede en la Eucaristía. 

Por eso, sobre todo, es en la misa, en la liturgia de la Palabra donde el mismo Jesús nos habla; es en la misa, sobre todo, donde cada domingo tenernos que escucharle. ¿Cómo puede ser alguien catequista o misionero si no participa normalmente en la eucaristía?

Además, difícilmente podremos hablar el lenguaje del amor, si antes no hemos escuchado el grito de los que sufren a nuestro alrededor; difícilmente podremos decir algo al hombre de hoy, al joven de hoy, si no escuchamos sus angustias y esperanzas, sus alegrías y tristezas. No podemos tener una relación a fondo con las personas, si no somos capaces de escucharlas largamente. El escuchar es un signo de esperanza, es un signo de respeto a los valores humanos.

En nuestros días, debemos reconocerlo, hablamos mucho, pero escuchamos poco. Nos lanzamos a decir muchas cosas, pero nos distanciamos de la realidad que nos rodea, porque no escuchamos a las personas.

Y esto ocurre también, debemos reconocerlo, dentro de la Iglesia. Nos consideramos maestros y dueños de la verdad en casi todo.

Que el Señor abra hoy nuestros oídos, como al sordo del evangelio. "Habla Señor, que tu siervo escucha".

sábado, 1 de septiembre de 2012

XXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

DOS MANERAS DE ENTENDER LA RELIGION


P. Félix Zaragoza S.

Texto: Marcos 7, 1-23
Si el domingo recién pasado veíamos que muchos discípulos abandonaron a Jesús, mientras que otros creyeron en él diciendo que no encontrarían á ningún otro con palabras de vida, hoy vemos las prácticas de ambos grupos: los que se cansan de seguir a Jesús, han abandonado los mandamientos de Dios y se limitan a cumplir ritos; los que creen en Jesús, llevan una vida que, como la de Jesús, escandaliza y cuestiona.
El evangelio de hoy desarrolla, bajo diversos aspectos, la oposición de Jesús a las prescripciones y leyes que observaban los fariseos, Jesús anuncia cuál es el camino que el hombre tiene que seguir para llegar a Dios. Lo que importa no es el cumplimiento de prácticas externas, sino  la fidelidad a Dios.
Lo que cuenta para Jesús es la manera cómo  el hombre vive y actúa en el mundo, su comportamiento y actitudes.
Por tanto la  verdadera  cuestión planteada en el evangelio de hoy está centrada en  descubrir la relación del hombre con Dios: ¿Qué es lo que nos une o separa de Dios? Frente a una tradición farisaica, asfixiante que ponía fuera de la ley a Jesús y a los discípulos, Jesús responde que la relación con Dios es cuestión de corazón.

1. Hipocresía en el culto
“Entonces le dijo: ¡Qué bien profetizó Isaías acerca de Ustedes, los hipócritas, según aquello que dijo: este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me rinden de nada sirve; sus enseñanzas no son más que preceptos humanos!”.
Sorprende la dureza de la respuesta de Jesús. Habla de hipocresía, que es inautenticidad o fingimiento. El gesto exterior sin espíritu interior no vale nada. Dios mira el corazón y es el corazón lo que debe estar limpio.
Por eso Jesús recuerda lo que decían los profetas al respecto. Los profetas habían denunciado muchas veces el uso de la religión para tranquilizar la conciencia; rezar mucho mientras se cometían injusticias; acusaban de reducir la religión a puros ritos, a ceremonias, a gestos externos que escondían un corazón vacío de amor a Dios e incapaz de amar al prójimo. Dios, dicen los profetas, no acepta esta clase de culto.
Por eso Jesús citando uno de esos textos, pone el dedo en la llaga y descubre la causa del mal: la religión queda vacía al sustituir los mandamientos de Dios por tradiciones y ritos puramente humanos.
Sería triste si todavía Jesús nos tiene que  recordar esto mismo a muchos cristianos. A veces sustituimos los ritos vacíos de los fariseos por otras prácticas y ritos que consideramos cristianos: prender velas, bendiciones con agua bendita, hacer peregrinaciones, cumplir mandas, colocarse medallas... Entiéndase bien; no se equiparan. No quiero condenar cualquier manifestación de religiosidad popular. Lo que nos pide el evangelio de hoy es una revisión de las prácticas religiosas, para no caer  en una religión de puros ritos mágicos,  para no comercializar a Dios, para no colocar esas prácticas por encima de la ley misma de amar a Dios y al prójimo. No podemos contentarnos con una observancia externa y para cumplir Tenemos que llevar la fe a la vida.

2. Lo que agrada a Dios
Después, al completar la explicación a sus discípulos, que tampoco lo entendían bien, Jesús pone como ejemplo algunas de las acciones que no agradan a Dios: asesinatos, robos, envidia, orgullo, mentiras, infidelidad matrimonial, perversiones... En todas esas acciones hay un denominador común: hacen daño a la vida, a la dignidad o a los derechos del hombre.
Esto mismo, en sentido positivo, es lo que nos dice la carta del apóstol Santiago que leemos en la misa de hoy: "Lo que agrada a Dios es: ayudar a huérfanos y viudas en sus tribulaciones y no mancharse las manos con el pecado del mundo".
Solamente quien trata de vivir en la práctica lo que cree, amando a los hermanos está en el camino de la religión verdadera. "La fe sin obras está muerta".
Si no acompaña el compromiso de la persona, los signos cultuales, incluso los mismos sacramentos, degeneran en puros ritos, en magia, en rutina, en religiosidad, en "cumplimiento" con Dios y con los demás. Lo que Dios quiere es que vivamos su amor amando a los hermanos.