jueves, 29 de agosto de 2013

XXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO


Lucas 14, 1.7-14.
"Manual de convivencia cristiana".
En el año de la fe
P. Félix Zaragoza S.


Si el domingo pasado terminaba el evangelio con una paradoja, que decía que  “los últimos serán los primeros y los primeros serán últimos”, hoy vemos esto mismo en una situación práctica, proponiéndonos dos temas: la “humildad” y la “gratuidad”.

La escena que se nos describe es de una comida en día sábado en casa de un fariseo. Es una comida de una gran tensión: todos se observan unos a otros. Los fariseos estaban espiando a Jesús, pero a la vez también Jesús observaba todo lo que ocurría. ¿Qué ve Jesús? Muy sencillo, los codazos por ocupar los primeros puestos. Eso es lo que da pie a una enseñanza práctica de Jesús, que más bien parece “manual de una buena convivencia” o “normas de buena educación”.

Jesús aconseja a no buscar los primeros puestos, para evitar que tengan que resituarlos más abajo. Pone el ejemplo de un banquete de bodas. Y esto da pie a Jesús a una nueva paradoja: “todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”. Y esto, ya no es cosa de buena educación, sino de evangelio puro.

A nosotros nos parece natural convivir con el afán de situarse, de estar sobre los demás. Nos gusta escalar puestos en escalafones y jerarquías sociales. El querer darse importancia, el deseo de figurar por encima de los demás hace que consideremos a los otros como adversarios y competidores.

Pero, en todo esto el evangelio tiene otro protocolo: “ … no te sientes en el primer puesto… vete derecho a sentarte en el  último puesto…”

Jesús propone una actitud de verdadera humildad: renunciar al deseo de estar por encima de los demás, dejar de temer que el otro me arrebate ese primer puesto. No hay razón para querer sobresalir entre los demás. Y es que la mesa del reino quedaría más representada en una mesa redonda, en la que no hay, y nadie pretende, lugares de privilegio. Mesa en la que se sientan todos alrededor en un plano de igualdad como verdaderos hermanos.


Sin esperar nada a cambio

Jesús está comiendo invitado por uno de los principales fariseos. Lucas nos dice que los fariseos no dejaban de espiarlo. Jesús, sin embargo, se siente libre para criticar a los invitados. Sobre todo al anfitrión. Con palabras sencillas, Jesús le indica cómo ha de actuar: “no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a los vecinos ricos”. Al mismo tiempo,, Jesús le enseña en quiénes ha de pensar: “invita a los pobres, lisiados, cojos y ciegos”. Jesús no puede concebir un banquete, que sea signo del reino, sin invitar a los excluidos, marginados y desamparados. Además, Jesús se atreve a decir al fariseo que lo ha invitado: “dichoso tú si no pueden pagarte”.

Esta bienaventuranza ha quedado olvidada para muchos cristianos. Sin embargo, contiene un mensaje muy querido por Jesús: “Dichosos los que viven para los demás sin recibir recompensa. El Padre los recompensará”.

Pero, ¿es posible vivir de manera tan desinteresada? ¿Se puede amar sin esperar nada a cambio?

Hoy se nos invita a actuar desde una actitud de gratuidad y de atención al pobre. Se nos llama a compartir sin seguir la lógica de quienes buscamos siempre cobrar las deudas, aún a costa de humillar a ese pobre que siempre está en deuda con todos.

No hemos de engañarnos. El camino de la gratuidad es casi siempre muy difícil. Es necesario aprender cosas como estas: “dar sin esperar mucho”, “perdonar sin apenas exigir”, “ayudar pensando en el bien del otro”…

Siempre es posible recortar un poco nuestros intereses, renunciar de vez en cuando a pequeñas ventajas, regalar algo de nuestro tiempo, colaborar en pequeños servicios gratuitos…

El evangelio nos deja claro que Jesús piensa en unas relaciones humanas basadas en un nuevo espíritu de libertad, gratuidad y amor fraterno.

En nuestra “cultura del tener”, casi nada hay gratuito, Todo se compra, se presta, se debe, se cobra, se vende… Casi nadie cree que “es mejor dar que recibir”. Sólo sabemos prestar servicios remunerados y “cobrar intereses” por lo que hacemos a lo largo de los días.

Quizá, sin darnos cuenta tendemos a producir un tipo de hombre insolidario, consumista, de corazón pequeño y horizonte estrecho, incapaz de generosidad. Es difícil ver gestos gratuitos. A veces hasta la amistad y el amor aparecen mediatizados por el interés y el egoísmo.

Jesús hoy nos enseña a amar no a quien mejor nos paga, sino a quien más nos necesita. Es bueno que nos preguntemos qué buscamos cuando nos acercamos a los demás, ¿Buscamos dar o recibir?

domingo, 25 de agosto de 2013

XXI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO


Lucas 13, 22-30.
"La casa abierta con puerta estrecha".
En el año de la fe
P. Félix Zaragoza S.


El evangelio de este domingo comienza con la pregunta de alguien lleno de curiosidad, y quizás, buscando asegurarse un lugar en primera fila: “¿Serán pocos los que se salven?”

Y podíamos nosotros seguir preguntando: ¿Quiénes van a salvarse? En definitiva: ¿Me salvaré yo?

Jesús no responde directamente a la pregunta. Lo importante no es saber cuántos se salvarán. Lo decisivo es vivir con actitud responsable para acoger el regalo de la salvación de ese Dios bueno y misericordioso. Jesús se lo recuerda a todos: “Esfuércense en entrar por la puerta estrecha”.

No es fácil captar la intención de la imagen empleada por Jesús. Para entender correctamente la invitación a “entrar por la puerta angosta” hemos de recordar las palabras de Jesús que podemos leer en el evangelio de Juan: “Yo soy la puerta; si uno entra por mí será salvo” (Jn.10,9). Entrar por la puerta estrecha es seguir a Jesús, aprender a vivir como él, servir como él… ¿Se tratará de la puerta del servicio de una casa, que es capaz de acoger a los invitados a la Mesa del Reino? Esa puede ser la imagen: una casa que además de la puerta principal tiene una puerta de servicio que es más angosta y que por ella entran los que trabajan en el servicio.

Así, Jesús exhorta al esfuerzo y al servicio como actitud indispensable para salvar la vida.
No podía ser de otra manera. Aunque nuestra sociedad permisiva parece olvidarlo, el esfuerzo y la disciplina son absolutamente necesarios. No hay otro camino. Si alguien pretende lograr su realización por el camino fácil, agradable y placentero, pronto descubrirá que cada vez es menos dueño de sí mismo. Nadie alcanza en la vida una meta realmente valiosa sin esfuerzo, renuncia y sacrificio. Uno de los errores más graves de la sociedad de consumo, que a la vez es permisiva, es confundir la “felicidad” con “facilidad”.

Estamos caminando hacia una sociedad más tolerante y permisiva. Se está imponiendo en determinadas áreas una permisividad jurídica cada vez mayor (matrimonio: relaciones prematrimoniales, matrimonios homosexuales; aborto…) Ser tolerante es hoy un valor social cada vez más generalizado.

La advertencia de Jesús conserva toda su gravedad también en nuestros días. Sin esfuerzo no se gana (se salva) ni esta vida ni la eterna.


La casa abierta

La puerta estrecha resulta ser la entrad de una casa grande. Tan grande que todos caben. Jesús nos sorprende con la universalidad de sus invitados al banquete del reino: “Y también de oriente y de occidente, del norte y del sur, habrá quienes vengan a sentarse en el banquete del reino”.


El relato de Isaías, que hemos leído hoy nos dice: traerán como ofrenda “a sus hermanos”. La preocupación por el otro y la valoración positiva del que llegue al banquete es lo mejor que puede ser ofrecido a Dios. No llevan “mochila” de buenas obras ni méritos. Pueden llegar con manos y pies manchados del barro de la vida y sólo esperan un Dios a la puerta con la toalla a la cintura para lavarles al estilo de la última cena. Son pecadores en medio de otros pecadores. Van libres en toda su pobreza, olvidados de sí y preocupados por los otros… Y ahora están ahí, a la puerta del Reino, con la mirada vuelta hacia este mundo plagado de dolor y de injusticia. Han amado tal vez sin saberlo. Sólo esperan el amor misericordioso de Dios. Sabiendo que, más que amar, necesitan ser amados. Eso es salvarse, o mejor dicho: ser salvados.

La puerta, aunque sea angosta, no cerrará el paso a nadie. La puerta de la salvación se abre a los cuatro puntos cardinales, a toda la humanidad. Dios es Padre de todos. El Reino es para todos. El amor hecho servicio es lo que nos hará a todos hermanos. No hay fronteras, no hay excluidos, ni privilegiados.

Así, el salmo de hoy, el más breve de todos, proclama: “alaben al Señor todos los pueblos, aclámenle todas las naciones”.

Abramos la puerta de nuestro corazón. No importa cuán ancha es. Lo importante es que esté abierta.

viernes, 16 de agosto de 2013

XX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Lucas 12, 49-53.
"El fuego del amor".
En el año de la fe
P. Félix Zaragoza S.

El evangelio de este domingo nos introduce en el anhelo profundo que lleva a Jesús a vivir de modo apasionado su misión. Resulta inquietante oír de labios de Jesús palabras tan sorprendentes como las que hoy escuchamos en el evangelio. El mensaje de hoy sacude, impacta y transforma. Invita a vivir apasionados por la misión.

La imagen del fuego nos remite a una imagen clásica en la historia bíblica para representar a Dios. Moisés vio una zarza que ardía sin consumirse en el monte Sinaí. En Pentecostés el fuego es la presencia del mismo Espíritu Santo.

Pero debemos situarnos en el contexto del domingo pasado. Jesús va hacia Jerusalén a poner la mesa del Reino: el mundo tiene que cambiar. Las palabras de Jesús que escuchamos hoy nos invitan a reaccionar de nuestras inercias y apatías. Por los caminos de Galilea Jesús se esforzaba por contagiar el “fuego” que ardía en su corazón: “He venido aprender fuego en el mundo: ¡ojalá estuviera ya ardiendo!”, nos dice el evangelio de hoy. En este sentido, un evangelio apócrifo recuerda otro dicho que puede provenir de Jesús: “El que está cerca de mí está cerca del fuego. El que está lejos de mí está lejos del Reino”.

Quien se aproxima a Jesús con los ojos abiertos y el corazón despierto, como nos decía el domingo pasado, va descubriendo que el “fuego” que arde en su interior es la pasión por Dios y compasión por los pobres, por los que sufren. Esto es lo que le mueve y le hace vivir buscando el “Reino de Dios y su justicia” hasta la muerte.

Jesús, al unir la pasión por Dios y la misericordia por los pobres, hace que su mensaje se convierta en novedad, en Evangelio… Va más allá de lo convencional. Poco tiene que ver con la rutina del buen orden y la frialdad del cumplimiento de leyes y de normas a las que se estaba acostumbrado en el Antiguo Testamento. Sin este fuego, la vida cristiana termina apagándose, extinguiéndose.

El gran pecado de los cristianos será siempre dejar que el fuego de Jesús se vaya apagando: sustituir el ardor del amor por la doctrina religiosa, el orden y el culto. ¿Para qué puede servir una Iglesia de cristianos instalados cómodamente en la vida, sin pasión alguna por Dios y sin compasión por los que sufren? ¿Para qué se necesitan en el mundo cristianos incapaces de infundir “luz” y “calor” al estilo de Jesús?

Quien no se ha dejado quemar por el fuego de Jesús no conoce todavía el poder transformador que quiso introducir Él en la tierra. Puede practicar correctamente la religión cristiana, pero no ha descubierto todavía lo más apasionante del Evangelio. El que ha entendido a Jesús vive y actúa movido por la pasión de colaborar en un cambio hacia una sociedad más justa.

Cuando sentimos a Dios como Padre y a todos como hermanos y hermanas, cambia nuestra visión de todo.

Lo primero que cuenta es la vida digna, lograda y dichosa para todos.


La paradoja del evangelio de la Paz

Es curioso y paradojal que en este pasaje evangélico, Jesús nos diga: “No he venido a traer paz sino división”. Nos sorprende, pues en el conjunto de la Biblia la paz se nos ofrece como uno de los dones que Dios quiere regalar a los hombres.

Sin embargo, claramente, hoy nos dice que viene a traer división, aun dentro de la familia. Y es que la Paz del Reino no tiene nada que ver con la ausencia de conflicto que proviene de mantener inalterable la situación de injusticia. Muy lejos se sitúa Jesús de esas falsas tranquilidades sobre el poder y la fuerza que esconden relaciones aparentemente pacíficas, pero llenas de tensiones, represiones, miedos y marginaciones. Jesús se sitúa lejos de la tranquilidad de las aguas estancadas donde se esconden inmovilismos injustos. La paz y el orden que con frecuencia defendemos es todavía un desorden, pues no hemos logrado dar de comer a todos los pobres ni garantizar sus derechos a toda persona, ni siquiera eliminar las guerras.

Vivir el Evangelio provoca tensiones, conflictos y divisiones. En expresión del papa Francisco, provoca “lío”: ¡ese fuego transformador es el que Jesús desearía que esté ardiendo!

viernes, 9 de agosto de 2013

XIX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO



Lucas 12, 32-48.
“Vayan sin miedo...” “Hagan lío.”
En el año de la fe
P. Félix Zaragoza S.

El evangelio de hoy nos presenta una serie de recomendaciones en continuidad con la parábola del “rico necio” que leíamos el domingo pasado.


En el fondo es una exhortación a la confianza en Dios, a la ternura y protección que Dios ofrece a su pueblo: “No temas, pequeño rebaño; porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el Reino”. No hay razón para temer si el Señor es nuestro Pastor. El miedo no es cristiano.


Si el Reino es un regalo, todo lo demás es superfluo, empezando por los bienes materiales.

En este sentido podemos escuchar las tres palabras del papa Francisco a los jóvenes de Brasil: “Vayan, SIN MIEDO para SERVIR”. En otro momento les dice: “Hagan lío”.

Con esto el papa nos está diciendo que decir que la Iglesia es esencialmente misionera y evangelizadora es lo mismo que decir que la Iglesia es servidora del mundo. La evangelización no es una imposición ni un lavado de cerebro, sino un servicio y una oferta. Si la Iglesia no sirve, no evangeliza por mucho que hable. Por eso nos dice Jesús: “Tengan el delantal puesto”. Esto es lo que hace El mismo: “les aseguro que cuando venga se amarrará el delantal y les servirá a ustedes…”.

El papa invita a reaccionar, despertar nuestra fe y ”hacer lío”, en la sociedad y en la misma Iglesia. Uno de los obstáculos más importantes para impulsar la transformación que necesita hoy la iglesia es la pasividad generalizada de los cristianos. Desgraciadamente, durante muchos siglos hemos sido educados para la sumisión y la pasividad. Todavía parece que a los jóvenes y a los laicos en general no los necesitamos para pensar, proyectar y promover caminos nuevos de fidelidad a Jesús y el Evangelio.

Por eso hemos de valorar, cuidar y agradecer tanto el despertar de una nueva conciencia en muchos laicos y laicas que viven hoy su adhesión a Jesús y su pertenencia a la Iglesia de un modo claro y responsable. Es sin duda uno de los frutos más valiosos del Concilio Vaticano II, primer concilio que se ha ocupado directa y explícitamente de ellos.

¿Qué sentido le da el papa al decir: vayan a sus parroquias, movimientos, colegios… y “hagan lío”?


No vivir dormidos

Es muy fácil vivir dormidos. Basta con hacer lo que hacen casi todos: amoldarnos, ajustarnos a nuestra sociedad. Esto nos hace caer en una vida superficial, rutinaria, masificada… No es fácil escapar. Con el pasar de los años, los proyectos, los ideales de mucha gente terminan apagándose. No pocos tenemos la tentación de terminar levantándonos cada día para “ir tirando”.



Es sorprendente la insistencia con que Jesús nos habla hoy de la vigilancia. Se puede decir que entiende la fe como una actitud vigilante que nos libera del sin sentido que domina a muchos hombres y mujeres, que caminan por la vida sin meta ni objetivo alguno.

Acostumbrados a vivir la fe como una tradición o una costumbre más, no somos capaces de descubrir toda la fuerza que encierra la fe para humanizarnos y dar sentido a nuestras vidas.

El llamado de Jesús a la vigilancia nos llama a despertar de la indiferencia, la pasividad o el descuido con que vivimos con frecuencia nuestra fe. Se puede practicar una “religión dormida” que da tranquilidad, pero no da vida. Para despertar de una “religión dormida” sólo hay un camino: buscar más allá de los ritos y de las creencias, ahondar más en nuestra verdad ante Dios y abrirnos confiadamente a su misterio. “Dichosos aquellos a quienes el Señor, al llegar, los encuentra en vela”.

“Tengan encendida la lámpara…” nos dice también Jesús en el evangelio de hoy. Y es que la fe es luz que inspira nuestros criterios de actuación, fuerza que impulsa nuestro compromiso de construir una sociedad más humana, esperanza que anima todo nuestro diario vivir.

Hoy, día del niño, nos podemos preguntar: 
  • ¿qué tesoro les regalamos?
  • Entre los regalos, ¿tendrán el regalo de la fe? 
  • ¿De qué les estamos llenando el corazón? 
“Porque donde está vuestro tesoro, allí estará vuestro corazón” nos ha dicho hoy Jesús.

viernes, 2 de agosto de 2013

XVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO


Lucas 12, 13-21
Separación de intereses
En el año de la fe
P. Félix Zaragoza S.

El domingo recién pasado, Jesús nos enseñaba a rezar el Padre nuestro y nos invitaba a “pedir”, “buscar”, “llamar”… pero, ¿qué pedimos al Señor?. ¿Pedimos que nos solucione nuestros problemas y que nos ayude a conseguir nuestros intereses sin pensar mucho en los demás?

Este es el tema del evangelio de hoy: “la codicia del corazón”. Se nos presenta un hecho real y concreto: un hombre busca a Jesús para pedirle que interceda a su favor en el litigio para repartir la herencia con su hermano. En tiempos de Jesús era habitual utilizar a los maestros de la ley como si fueran jueces, consejeros o mediadores legales. Pero en el fondo el problema no es cuestión legal sino moral: la ambición.

Hoy nos tenemos que preguntar: ¿no se esconderá también en nosotros, incluso en la misma oración, deseos de ambición?

Por eso, Jesús habla con toda claridad en una pequeña parábola. Un rico se vio sorprendido por una cosecha que superaba todas sus expectativas. Ante el inesperado problema sólo se pregunta una cosa: ¿qué haré?. Lo mismo se preguntan los campesinos pobres que escuchan a Jesús: ¿qué hará?, ¿se acordará de los que viven con hambre?

Pronto toma el rico una decisión de hombre poderoso. No construirá un granero más. Los destruirá todos y construirá otros nuevos y más grandes. Sólo él disfrutará de aquella inesperada cosecha: “Descansa, come, bebe, y date buena vida”. Es lo más inteligente. Los pobres no piensan así: este hombre es avaricioso e inhumano: ¿no sabe que acaparando para sí toda la cosecha está privando a otros de lo que necesitan para vivir?

De forma inesperada interviene Dios. Aquel rico morirá esa noche sin disfrutar de sus bienes. Por eso lo llama “necio” y hace una pregunta: Lo que has acumulado, ¿de quién será? El grito de Dios interrumpe los sueños del avariento y presenta la vida de este rico como un fracaso y una insensatez.

Agranda sus graneros, pero no sabe ensanchar su corazón, Acrecienta su riqueza, pero se empobrece en amor. Acumula bienes, pero no sabe dar ni compartir. ¿Qué hay de humano en esta vida tan egoísta y tan  poco solidaria?
  

Los pobres y la Iglesia del Papa Francisco

¡Qué difícil es a los pobres entrar en la Iglesia de hoy! Más fácil es que pase un camello por el ojo de una aguja que el que los pobres se encuentren en la Iglesia como en su casa.

Quizá sea exagerado atreverse a cambiar el texto evangélico: las dificultades que encontraba Jesús para que los ricos entraran en el Reino de Dios sean cambiadas por las dificultades que puede haber para que la Iglesia sea “La Iglesia de los pobres”. La exageración sólo quiere destacar que los pobres y los que sufren son los rostros de Cristo en la Iglesia. Una Iglesia “de los pobres” es lo que hará creíble a la Iglesia. No es exagerado decir: “fuera de los pobres no hay salvación”.

La Iglesia no es una ONG, nos ha recordado el Papa Francisco. Sería una iglesia-asociación sin Evangelio, sin bienaventuranzas… sin el Espíritu de Jesús. En este sentido el Papa está haciendo signos significativos.

Jesús ha desenmascarado todo el poder alienante que se encierra en la riqueza. Para Jesús las cosas materiales son buenas, y los hombres deben disfrutarlas como regalo de Dios. Pero la riqueza tiene el peligro de ser puerta de entrada en la dinámica de apropiación del Tener-Placer-Poder,  en lo que el evangelio ve la raíz de todo pecado. Así termina el texto de hoy: “La riqueza no hace al hombre rico frente a Dios”. Tampoco lo hace crecer como hombre. Por eso, para Jesús, es un “necio”.

Algo falla en nuestra vida cristiana cuando somos capaces de vivir disfrutando y poseyendo más de lo necesario, sin sentirnos interpelados por el evangelio de Jesús y las necesidades de los pobres.

El hombre de hoy se ha hecho materialista hasta en su pensamiento, en una sobrevaloración enfermiza del dinero, el poder y la riqueza. La ambición  y la obsesión del bienestar son drogas aprobadas socialmente.

Que en este mes de la solidaridad sepamos compartir más nuestro bienestar. Hagamos posible una mayor igualdad.

  • ¿Qué haré? se pregunta el rico.
  • ¿Qué haremos nosotros en la vida?
  • ¿Qué estoy haciendo yo en este mes de la solidaridad?