viernes, 7 de junio de 2013

X DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO


El Profeta de la vida

P. Félix Zaragoza

Texto: Lucas 7, 11-17
Ya fuera del tiempo pascual, retomamos la lectura casi-continua del evangelio de Lucas que se interrumpió al empezar la cuaresma.

Este domingo leemos una de las páginas más emotivas: la resurrección del hijo de una viuda de Naím. 

Después de curar al siervo de un centurión romano en Cafarnaúm, Jesús se marchó a Naím, un pueblo donde el profeta Eliseo resucitó al hijo de la sunamita (2 Reyes 4, 18-37). 

Naím, una ciudad amurallada. Lucas hace confluir en ella dos comitivas: la de Jesús, acompañado de los discípulos portadores de vida, y la del cortejo fúnebre que acompaña a una viuda, que estaba de luto por la muerte de su hijo único. Jesús se acerca por propia iniciativa, sin que nadie se lo pida: “cuando se acercaba a las puertas de la ciudad resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda”.

Naím representa una religión que era incapaz de dar vida. La ciudad amurallada, es como un seno materno lleno de muerte. La comitiva se confunde y se identifica con la viuda: sin vitalidad, lo único que queda son los ritos propios de una religión de muertos. ¿Con que tipos de religión se encuentra Jesús hoy?

El que fuera “hijo único”, excluye un posible recambio, otro hijo que sustituyera al difunto. No hay esperanza humana posible. Jesús muestra su compasión hacia su pueblo personificado por la viuda. Jesús dice: “no llores” y remueve el obstáculo que impedía la vida: “acercándose, tocó el ataúd y dijo: ¡Joven, a ti te hablo, levántate!”. Primero era necesario transgredir (“tocó el ataúd”) el tabú religioso de que quedaba impuro el que tocaba un muerto, puesto que la observancia de la religión era precisamente la que había consumido la vida del joven. Jesús llama a la vida al joven – adolescente que apenas acaba de abrirse a ella y que ya está muerto. 

La gente saca conclusiones sobre Jesús: “un gran profeta ha surgido entre nosotros”. El gesto de Jesús de levantar al joven es interpretado como el profeta de la vida.  

¡Cuántas veces Jesús no se habrá compadecido de nuestra humanidad y de nuestra Iglesia, cuando, en lugar de dar vida… se ha comportado como una religión de muertos!  

El evangelio de hoy es un aviso dirigido a todos los que creemos en Dios y no estamos al servicio de la vida del hombre, para que cada persona tenga una vida digna. 

La resurrección del joven nos hace ver que, por muy negra que sea la crisis, siempre hay posibilidad de reavivar la Iglesia, como parece está pensando el papa Francisco. 

El mandato de vivir 
Nos quejamos tanto de los problemas, trabajos y penalidades de nuestro vivir diario que corremos el riesgo de olvidar que la vida es un regalo. El gran regalo que todos hemos recibido de Dios. Si no hubiéramos nacido, nadie nos habría echado en falta. Nadie habría notado nuestra ausencia. 

Y, sin embargo, vivimos. Se ha producido ese milagro único e irrepetible que es mi vida. Cada uno de los hombres representa algo nuevo, algo que nunca antes existió, algo original y único. Nadie ha visto ni verá el mundo con mis ojos. Nadie acariciará con mis manos, nadie rezará a Dios con mis labios. Nadie amará nunca con mi corazón. 

Mi vida es irrepetible. Es tarea mía y sólo yo la puedo vivir. Si yo no lo hago, quedará para siempre sin hacer. Habrá en el mundo un vacío que nadie podrá llenar. Por eso, aunque muchas veces lo olvidamos, el primer mandato que los hombres recibíamos de Dios es vivir. 

Nuestro primer gesto de obediencia a Dios es vivir, amar la vida, acogerla con corazón agradecido, cuidarla, la propia y la de los demás, con solicitud, desplegar todas las posibilidades encerradas en nosotros. 

La fe cristiana es precisamente un principio de vida, vida sana, plena, digna, feliz. Porque Dios es Dios de la vida. Creemos que Dios es Padre, “alguien que hace vivir”. ¡Joven, a ti te hablo, vive, levántate!