viernes, 6 de diciembre de 2013

II DOMINGO DE ADVIENTO


Inmaculada Concepción: Lucas 1, 26-38.
"La Virgen del Adviento"

II Domingo de Adviento: Mateo 3, 1-12.
"Ser de Dios y ser del Pueblo"

P. Félix Zaragoza S.

Este Domingo II de Adviento, coincide con la fiesta de la Inmaculada Concepción de María. Nuestro cariño a la Virgen nos lleva a dar prioridad a la fiesta de la Inmaculada, pero no quisiéramos dejar pasar de largo, sin más, el mensaje del II domingo de Adviento.

La fiesta de la Inmaculada siempre está enmarcada en el tiempo de adviento. María es el modelo, la discípula que nos enseña cómo esperar la venida del Señor.

María es mucho más que una simple joven de Nazaret. Era portavoz de la esperanza de todo el pueblo, ¡del Pueblo de Dios!

Pero María, además de ser del pueblo, era también de Dios, totalmente, ¡Y Dios estaba con ella!

Ser de Dios y del Pueblo. Estos dos puntos marcan la vida de María. Por eso el pueblo la venera con tanto entusiasmo. Así lo hacemos hoy, celebrando la fiesta de su Inmaculada Concepción. Para poder ser del pueblo hay que ser de Dios. Para poder ser de Dios hay que ser del pueblo. Así quiere Dios y el pueblo. Así lo expresamos hoy al proclamarla “la llena de gracia” desde el mismo instante de su concepción.

María supo unir, en su vida, su amor a Dios y al pueblo. “Aquí está la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que Dios ha dicho”. Dios tomó en cuenta la vida de María desde su comienzo a su fin. Ella es de Dios total y radicalmente. Nunca hubo en ella algo que fuera contrario a Dios. Ella escucha, cree y vive la Palabra de Dios. Lo que ella canta en el Magnificat demuestra que conoce bien la Palabra de Dios. Estaba al tanto del plan de Dios descrito en la Biblia. Ella creyó, no dudó, se puso a su disposición: “que se cumpla en mí”. Así llegó a ser Madre de Dios. El evangelio nos dice que María “escuchaba todo y todo lo guardaba y lo meditaba en su corazón”.

Al mismo tiempo siempre estuvo preocupada y comprometida con la vida de los demás. Al ser informada de que Isabel estaba embarazada pensó y se preocupó de su prima más que de ella misma y “corrió” a ayudarla. Su preocupación por los demás queda claro en su actuación en las bodas de Caná. Ella afronta la dificultad. Allí “está de pie junto a la cruz”. No abandona en ningún momento a Jesús. Lo mismo hizo con los apóstoles. No los dejó. Perseveró con ellos en la oración en Pentecostés.

¿Qué significa para María ser del pueblo de Dios? Significa ser parte de un pueblo pobre y vivir sus problemas y esperanzas. Cree y espera que las promesas de Dios se realizarán. Era una “Pobre de  Yaveh” que vive una vida pobre y asume la causa de los pobres: “el reino de Dios y su justicia”.

Con la mirada puesta en María, vivamos el espíritu de Adviento. El Bautista, en este IIo  domingo de adviento, nos llama a la conversión. “Preparen el camino al Señor, emparejen sus senderos”. Este grito del Bautista no ha perdido actualidad. Como María, necesitamos ser de Dios y ser del pueblo. Escuchar más y mejor la Palabra de Dios y vivir de cerca los problemas y sufrimientos de las gentes. Es ahí, en medio de la vida, donde se le tiene que sentir a Dios como “alguien bueno”: un Padre que atrae a todos a buscar juntos una vida más humana. Quien no siente así a Dios no sabe cómo vivía Jesús ni cómo vivía María.

Sólo desde una actitud de conversión podemos vivir el adviento y preparar cristianamente la Navidad. Sólo una Iglesia en actitud de conversión es digna de Jesús. Conversión que nos lleve a vivir para el reino de Dios y su Justicia. Conversión para que “la compasión” y la ternura estén en el centro de nuestras relaciones humanas. La ternura siempre es curativa; con palabras, con manos, con caricias, con besos… Conversión que sintonice con el actuar de Jesús, que no es otro sino el aliviar el sufrimiento, curar la vida y abrir un horizonte de esperanza a los pobres.

Vivamos esta fiesta en actitud de silencio: El silencio de María. Si la persona se recoge y queda callada ante Dios, tarde o temprano su corazón comienza a abrirse. Se abre a Dios y se abre a los demás. A ello nos invita el Bautista. A ello nos invita María. “Una Palabra ha dicho Dios y la ha dicho en el silencio”.