sábado, 13 de abril de 2013

3º DOMINGO DE PASCUA


EL PAN Y LA PALABRA

P. Félix Zaragoza

Texto: Lucas 24, 35-48
Para entender el evangelio de hoy hay que tener en cuenta todo el episodio de Emaús que le precede. El encuentro que tuvieron los discípulos de Emaús con Jesús no fue suficiente: la fe en el Resucitado no se apoya en testimonios particulares, por importantes que sean; podrían ser considerados como fruto de la ilusión o de la alucinación. Por eso, los dos discípulos de Emaús van a donde está la comunidad, se integran en ella y cuentan lo que les ha pasado. Así, cuando está la comunidad reunida, de nuevo Jesús se hace presente en medio de ella, con los brazos extendidos, y las manos abiertas, marcadas por las heridas de la cruz. Como en el relato del domingo anterior, también Jesús ofrece aquí, como plenitud de todo bien La paz. 

1. Una Catequesis bíblica 
Jesús resucitado les abre el entendimiento para comprender la Palabra de Dios. 

A Jesús le han visto con los ojos, pero el contacto visual puede resultar deslumbrante. Se puede confundir con un fantasma. Necesitan comprender lo que están viendo. "No lo podían creer". No les entraba en la cabeza que Jesús estuviera vivo. Por eso, Jesús añade otra prueba de su identidad: la lectura y comprensión de la Palabra de Dios. Aquí es Jesús en persona el que les explica la lección. Les recuerda la catequesis que les había hecho por el camino de Galilea. "Esto es lo que les decía mientras estaba entre ustedes". 

Ahora, desde la mañana de la Resurrección, donde se ha cumplido el plan del amor del Padre, se comprende mucho mejor el proyecto de salvación trazado desde antiguo. Jesús es el centro, el núcleo de toda la Historia Santa. Más aún, el eje, el hilo conductor que la atraviesa; la clave, que nos abre y nos desvela su último secreto. La promesa del Antiguo Testamento se ha hecho cumplimiento en Cristo. 

2. Al partir el pan
"Partir el pan" es la clave eucarística del encuentro en la fe con Cristo resucitado. A los discípulos de Emaús se les abrieron los ojos al partir el pan. También en el evangelio de hoy Jesús les pide algo de comer. "Le dieron un pescado". Y es que, partir el pan, comer pescado y escuchar la Escritura eran los ingredientes de las comidas eucarísticas que la primitiva comunidad celebraba el día domingo.

Jesús en el evangelio de hoy se presenta como un necesitado. Les pide a los discípulos que tienen que ponerse con lo que tienen y compartirlo. Y es que donde no hay vida compartida no hay eucaristía. No se puede comulgar con Cristo sin comulgar con los hermanos. De ahí, que el que ve en el Pan del altar el mismo cuerpo del Señor, con los pies descalzos, desnudo y enclavado en la cruz, y con el costado abierto, ya necesita muy poco para vivir; es capaz de quitarse el pan de la boca para compartirlo con el necesitado. Al ver así al Señor se hace posible lo imposible. Allí mismo en la Mesa se puede poner lo que uno no necesita para vivir. ¡Se necesita tan poco! Siente que no le pertenece. Y todo esto no como colecta de Cáritas o el aporte del 1% a la Iglesia.

En la Eucaristía, memorial de la muerte de Cristo, celebración gozosa de la Resurrección, compromiso de amor fraterno..., el cristiano descubre cada domingo la presencia del Señor. Presencia que le impulsa a gritar por el mundo, sin miedo y complejos, que es posible vivir otra vida, ya desde ahora, en la que todos los hombres nos sentemos a la mesa para partir el pan y compartir lo que somos y tenemos. 

Mientras no lo vivamos todo esto en la misa, no llegaremos a experimentar al Señor resucitado. Mientras vayamos a misa solamente por obligación y no como necesidad vital de comunión con Cristo y los hermanos con quienes compartimos la fe, la vida, el pan; mientras sigamos llegando tarde, estemos distraídos, no participemos activamente; mientras no comulguemos el Cuerpo de Cristo; mientras no se note la misa durante la semana: en casa, en el trabajo, en la calle... es que todavía no hemos conocido a Cristo ni a los hermanos al partir el pan.