miércoles, 15 de enero de 2014

II DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO



Mateo 3, 13-17.


El que va a quitar el pecado del mundo

P. Félix Zaragoza S.

Jesús, al entrar en escena en su vida pública, después de ser bautizado, es presentado por el mismo bautista.   La presentación no puede ser más escueta: “He aquí el cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Se trata, por supuesto, de un calificativo mesiánico. Ya el profeta Isaías había relacionado la llegada del Mesías con la liberación del pecado, cuyos estragos impedían que el pueblo fuera feliz. Este será el cometido de Jesús: su misión será quitar todo obstáculo que impide una vida digna y dichosa para todos los hombres.


Los cristianos hemos olvidado con frecuencia algo que es nuclear en el evangelio. El pecado no es solamente algo que se puede  perdonar, sino algo que debe ser quitado y arrancado de la humanidad.

Y cuando se habla de “pecado del mundo” no se está hablando de los pecados que se cometen en el mundo, en los errores en que cae cada persona particular en su actuación. No. Se está hablando del modo de  entender las relaciones humanas que se ha impuesto desde el poder, la opresión, la mentira y todo lo que crea desigualdad y atenta contra los derechos y dignidad de cada persona.

Este “pecado del mundo” está presente no sólo en el corazón del hombre, sino también en el interior de las instituciones, estructuras y mecanismos que funcionan en nuestra economía, nuestra política y nuestra convivencia social. Por eso le llamamos “pecado social”, “pecado estructural”.

Nos dice Monseñor Oscar Romero: “Ahora sabemos mejor lo que es el pecado. Sabemos que la ofensa a Dios es todo lo que da muerte al hombre… El pecado es “mortal”, pero no sólo por la muerte espiritual de quien lo comete, sino por la muerte real y objetiva que produce en quien se comete. Pecado fue dar muerte al Hijo de Dios, y pecado sigue siendo todo aquello que da muerte a los hijos de Dios… Se ofende a Dios cuando se ofende al hermano”.

Por eso, desde el principio, Jesús es presentado como alguien que “quita el pecado del mundo”. Alguien que no sólo ofrece el perdón, sino también la posibilidad de ir quitando todo lo que va contra la vida digna y dichosa de cualquier persona.

Creer en Jesús no consiste sólo en abrirnos al perdón de Dios. Creer en Jesús y seguirle es comprometernos en su lucha y su esfuerzo por quitar el pecado: injusticias, desigualdad, opresión, mentira… que dominan en nuestro mundo con todas las consecuencias que afectan en la vida de las personas.

Hablar de “quitar el pecado del mundo”, por tanto, no es sólo preocuparse de los pecados personales que cada uno puede cometer, sino que más bien se refiere a luchar contra lo que llamamos “pecado social” o “pecado estructural”.

Según el autor de la carta a los Efesios, “nuestra lucha no es en primer lugar contra la carne y la sangre, sino contra los poderes de este mundo”.

Quizá tengamos que comenzar por tomar conciencia más clara de lo que este pecado del mundo, social, estructurado, afecta a la humanidad, pues nos va deshumanizando. Por eso hay que arrancar de raíz, porque el mundo está literalmente preso en un círculo diabólico del que no tiene salida a partir de su propia dinámica, la cual, a nivel mundial, consiste claramente en que los ricos sean cada vez más ricos, y los pobres sean cada vez más pobres. Por eso, se hace imprescindible romper ese círculo y esa dinámica.

Hoy, con esta misma calificación de Cristo como “cordero de Dios que quita el pecado del mundo”, nos presenta el sacerdote el Cuerpo y la Sangre de Cristo antes de comulgar. Así, cada vez que comulgamos el Cordero de Dios, se nos ofrece la posibilidad de ir quitando ese pecado que, en definitiva,  es luchar por el Reino de Dios y su justicia.

jueves, 9 de enero de 2014

I DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO


Mateo 3, 13-17.


"El Bautismo de Jesús,
La Vocación de Jesús"

P. Félix Zaragoza S.


Hoy celebramos la última fiesta del ciclo de Navidad y, a la vez, damos  comienzo al Tiempo ordinario.

Después de su  manifestación en el niño del pesebre, Dios se da a conocer en su Hijo Amado en el umbral de la vida pública de Jesús: en el bautismo en el Jordán.

Si la Navidad ha sido celebrar “la Encarnación”, si el nacimiento es asumir nuestra naturaleza humana, hacerse hombre para estar con nosotros y como nosotros, encontrarlo hoy en la fila de los pecadores que se disponen a recibir el bautismo del Bautista, es llevar a la práctica esa encarnación. Se hace solidario con la humanidad pecadora. Y es que la salvación se hace presente donde está el pecado. Así, el Salvador, el nacido en el pesebre, entra en acción.

Con su bautismo en el Jordán Jesús acaba su vida oculta y empieza su vida pública. Jesús no vuelve ya a su trabajo de Nazaret. Al salir del agua vive una experiencia que lo impulsa a marchar hacia Galilea para comenzar su propia misión. Animado por el Espíritu, comenzará una vida nueva, totalmente entregado al servicio del Reino de Dios.

Jesús vivió en el bautismo una experiencia que marcó para siempre su vida. En esta experiencia toma conciencia de su propia vocación.

Como es natural, los evangelistas no pueden describir lo que ha vivido Jesús en lo más profundo de su corazón, pero han sido capaces de recrear una escena conmovedora para sugerirlo. Está construida con rasgos de hondo significado. “Los cielos se rasgan”: Ya no hay distancias entre Dios y los hombres. Se oye una voz venida del cielo: “Tú eres mi hijo, el amado, mi predilecto”. Esto es lo que Jesús escucha de Dios en su interior: “Tú eres mío. Eres mi hijo. Tu ser está brotando de mí. Yo soy tu Padre. Te quiero entrañablemente. Me llena de gozo que seas mi hijo. Me siento feliz”.

Esto mismo es lo que ocurre en nuestro bautismo, pero ¿lo sentimos como lo sintió Jesús?

De esta experiencia brotan dos actitudes que Jesús vive y trata de contagiar a todos: confianza increíble en Dios y docilidad incondicional.

Por eso no se queda en el desierto con el bautista, sino que empieza a hacer gestos de bondad: cura enfermos, defiende a los pobres, toca a los leprosos, acoge a los pecadores, abraza a niños de la calle…

Y todo esto lo hace porque se siente lleno del “Espíritu” bueno de Dios, que le empuja a potenciar y a mejorar la vida de la gente. Lleno de ese Espíritu bueno de Dios, se dedica a liberar   a la gente de “espíritus malos”, que no hacen sino dañar, esclavizar y deshumanizar…

En realidad, podemos decir que la experiencia del bautismo ha sido para Jesús el llamado de su propia vocación: ha escuchado el llamado del Padre y es consciente de vivir poseído por el Espíritu de Dios para llevar a cabo la misión que el Padre le ha confiado.
            El profeta Isaías, según la primera lectura de hoy, ya había anunciado cuál sería el estilo de su actuación: “No gritará, no clamará… la caña cascada no la quebrará, la mecha vacilante no la apagará… para implantar la justicia en la tierra”.
            Esta es también nuestra vocación cristiana. El papa Francisco nos dice: “la esencia de nuestra vocación es “darse a los demás”. “El discípulo de Cristo no puede poseerse a  sí mismo. Su posición no es de centro, sino de periferias: vive intencionado hacia las periferias.

El bautismo de Jesús es el modelo más perfecto de nuestro bautismo. Para nosotros el bautismo es también el inicio de un camino y de una misión. En el bautismo nace nuestra vocación.

Tarde o temprano, todos nos tenemos que preguntar cuál es nuestra vocación: cuál es la razón última de nuestro vivir diario y para qué comenzamos un nuevo día cada amanecer. No se trata de descubrir grandes cosas. Sencillamente, saber que nuestra vida puede tener sentido para los demás, y que nuestro trabajo puede servir para que alguien tenga una vida más digna y dichosa.

No se trata tampoco de escuchar un día un llamado extraordinario y definitivo. El sentido de la vida lo vamos descubriendo a lo largo de los días, mañana tras mañana. En toda vocación hay algo de incierto. Siempre se nos pide una actitud de búsqueda, disponibilidad y apertura.

¡Renovemos nuestro bautismo! ¡Tomemos conciencia de nuestra vocación!

jueves, 2 de enero de 2014

DOMINGO DE EPIFANÍA

Mateo 2, 1-12.

La manifestación del Señor
Matar o adorar
P. Félix Zaragoza S.

Hoy celebramos la fiesta de la Epifanía. Y Epifanía significa manifestación de Dios. Por tanto lo central del evangelio de hoy es la manifestación de la salvación de Dios a todos los pueblos en Cristo Jesús.

La fiesta de hoy prolonga la fiesta de Navidad. Pero si en el día de Navidad hemos celebrado a “Dios con nosotros”, hoy, en la fiesta de la Epifanía, celebramos a “Dios para nosotros”. Jesús es salvador para todos los hombres. Un Dios que se deja conocer por los desconocidos, por los últimos, por los pecadores… Todos estos están representados por los magos que vienen del Oriente. Ellos son paganos. No conocen las Escrituras sagradas, pero sí el lenguaje de las estrellas. Buscan la verdad y se ponen en marcha para descubrirla. Se dejan guiar por el misterio, pues sienten necesidad de “adorar”. Han visto brillar una estrella nueva que les hace pensar que ya ha nacido “el rey de los Judíos”, y vienen a “adorarlo”. Pero este rey no es Augusto. Tampoco Herodes.

¿Dónde está? Esta es su pregunta. Es rey, pero no está en un palacio. Es Dios de los Judíos pero no está en el Templo de Jerusalén. Está en un pesebre. Está en Belén.

Herodes se sobresalta. La noticia no le produce ninguna alegría. Él es quien ha sido designado por Roma como “rey de los Judíos”. Por eso en lugar de adorar, quiere matar al recién nacido.

“Los sumos sacerdotes y letrados” conocen las Escrituras sagradas y saben que ha de nacer en Belén, pero no se interesan por el niño ni se ponen en marcha para adorarlo. También al final conseguirán que muera en una cruz.

Ellos tienen el poder. Todo vale en ese mundo poderoso para asegurar el poder: el cálculo, la mentira, la estrategia. Vale incluso la crueldad, el terror, el desprecio y hasta la muerte de los inocentes. Parece que son grandes y poderosos, y se presentan como defensores del orden  y la justicia, pero son débiles y mezquinos, pues terminan buscando al niño “para matarlo”

¡Qué distinto a los magos! Ellos no matan al niño, sino que lo adoran. El gesto final de los magos es sublime. Se inclinan respetuosamente ante el niño de Belén.

Podemos vislumbrar también el significado simbólico de los regalos que le ofrecen al niño. Con el oro reconocen la dignidad del ser humano: todo lo que hay en el mundo ha de quedar subordinado a la felicidad del hombre. Eso es lo que ha hecho el mismo Dios:  “Todo lo puso bajo sus pies”, según el salmo 8. Un niño, cualquier niño merece que se pongan a sus pies todas las riquezas  y todos los medios para que pueda crecer con una vida plena y feliz.

El incienso recoge el deseo de que la vida de ese niño se despliegue y su dignidad se eleve hasta el cielo: todo ser humano está llamado a participar de la vida misma de Dios. La humanización necesita de Dios. Cuanto más hombre se haga el hombre, más experimentará la necesidad de Dios. Y es que Dios es  origen, fundamento y destino de nuestra vida.

La mirra es medicina para curar la enfermedad y aliviar el sufrimiento: el ser humano necesita de cuidados y consuelo, no de violencia y agresión.

Con su atención al débil y su ternura hacia el humillado, el Niño nacido en Belén introducirá en el mundo la magia del amor, única fuerza de salvación. Por eso, quien adora al creador, respeta y defiende su creación. Adoración y solidaridad están íntimamente unidas. Adoración y ecología no se pueden separar. Una verdadera adoración termina en un compromiso, en una lucha contra el dolor y el sufrimiento de la gente. No olvidemos que desde la óptica de las víctimas se relativizan infinidad de falsos absolutos que con facilidad podemos “adorar”.

El relato de los magos nos ofrece un modelo de auténtica adoración. Estos sabios saben mirar el mundo hasta el fondo, captar signos, acercarse al Misterio y ofrecer su humilde homenaje a ese Dios encarnado en el ser humano.


Se puede decir que esta página del evangelio tiene más de parábola que de crónica histórica. Seguramente al evangelista le hubiera gustado añadir lo mismo que Jesús decía al final de sus parábolas: “Anda, vete y haz tú lo mismo”.

martes, 17 de diciembre de 2013

IV DOMINGO DE ADVIENTO


Mateo 1, 18-24.

El “Dios con nosotros”

P. Félix Zaragoza S.

Estamos a las puertas de la Navidad y la Palabra de Dios nos introduce de lleno en el misterio del nacimiento del Hijo de Dios. En este IVo domingo de Adviento, el evangelio nos invita a contemplar a María, la joven de Nazaret, que dice un “Sí” definitivo y total a los planes de Dios.

En la persona de María se cumple la profecía formulada por el profeta Isaías ocho siglos antes: “concebirá y dará a luz un hijo, que se llamará Emmanuel”, que significa “Dios con nosotros”.

La encarnación de Jesús es, de alguna manera, encarnación de Dios. Esto es: Dios que se implica en toda la realidad humana. Dios se hace presente y se comunica con nosotros mediante un hombre de carne y hueso: Jesús. Así de humano sólo puede serlo el mismo Dios.

Por eso por 1ª vez en la historia se le da el nombre de “Emmanuel”. Es un nombre chocante, totalmente nuevo que le atribuimos al niño que nace en Belén los que creemos que, en él y desde él, Dios nos acompaña, nos bendice y nos salva. El niño del pesebre es el único al  que podemos llamar con toda verdad “Emmanuel”.

Pero, para el mundo de hoy, ¿qué quiere decir esto? ¿Necesitamos realmente que Dios esté con nosotros? Parece que los hombres nos hemos hecho tan grandes que somos autosuficientes. A Dios lo hemos expulsado o quizá ni siquiera lo hemos dejado entrar en nuestro mundo.

Por eso nos tenemos que preguntar: ¿qué queremos realmente que nazca en esta Navidad? ¿Deseamos realmente que Dios esté con nosotros o, más bien, queremos prescindir de él?

Pero, lo reconozcamos o no, Dios se ha hecho hombre. Dios está con nosotros. Nadie está solo. Ya nunca estarás tú solo. Esto es el mensaje central de la Navidad. Necesitamos que Dios nazca de nuevo entre nosotros, que brote con luz nueva e ilumine nuestro corazón. En cada uno de nosotros puede nacer Dios. En cada familia puede nacer Dios esta Navidad. En nuestro país, con un nuevo gobierno, puede nacer Dios.

Superemos los temores y confiemos en un Dios que se nos acerca  como niño. ¿Cómo temer a un Dios que se nos ofrece como un pequeño frágil e indefenso? Dios no ha venido armado de poder para imponerse a los hombres. Se nos ha acercado en la ternura de un niño a quien podemos hacer reír o llorar. Dios es un niño, en brazos de una mujer, entregado cariñosamente a la humanidad. El niño del pesebre busca nuestra mirada para alegrarnos con su sonrisa. ¡Cómo no alegrarnos de que Dios esté con nosotros!

Celebrar la Navidad es celebrar que Dios sigue confiando en los hombres, sigue confiando en las posibilidades de los hombres para ser felices, sigue confiando en las posibilidades y capacidades de los hombres para construir un mundo mejor, un Chile mejor, donde se haga más realidad una vida digna, y dichosa para todos.

Esto es lo que se nos dice en el Evangelios de hoy: el que nace “salvará a su pueblo de sus males”. Y cada uno se salva en la medida, y sólo en la medida, en que se pone a vivir y actuar como vivió y actuó Jesús.

Si el misterio de la Encarnación es el misterio de la “humanización” de Dios, el camino para encontrar a Dios es en lo que cada día nos hace ser más humanos: la bondad, la solidaridad, la sinceridad, la honradez, la libertad, la justicia, la paz…

miércoles, 11 de diciembre de 2013

III DOMINGO DE ADVIENTO


Mateo 11, 2-11.
"¿Eres tú el que ha de venir?"

P. Félix Zaragoza S.


Hoy, tercer domingo de Adviento, abundan las expresiones de alegría desde el inicio de la Eucaristía. De ahí que es llamado domingo de “gozo”. El Señor está cerca. Se aproxima la Navidad.

Lo que el Bautista oye de Jesús le deja desconcertado. . No responde a sus expectativas. El espera un Salvador que se imponga por la fuerza de Dios. ¿Qué hacía ese Jesús de Nazaret en el que tantas esperanzas había depositado, contando parábolas, entreteniéndose con niños y enfermos? ¿A qué venía proclamar un año de gracia y dejar de lado el “día del castigo” ¿Quién está equivocado: el Bautista o Jesús?

¿Quién es Jesús? Para salir de dudas, el Bautista encarga a dos discípulos que pregunten a Jesús sobre su verdadera identidad: “Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a  otro? Una pregunta que era decisiva en los primeros momentos del cristianismo. Una pregunta que sigue teniendo plena actualidad porque, como el Bautista, nos cuesta acabar de creer que Jesús sea quien viene a cumplir el proyecto de Dios, y que su “Evangelio de amor” pueda algún día hacerse realidad.

La respuesta de Jesús no es teórica sino muy precisa: Digan “lo que están viendo y oyendo”. Lo que se ve y lo que se oye desvanece toda duda. Su respuesta no es que el Templo se llene o que se cumple con la Ley de Dios. Jesús responde con su actuación al servicio de la vida de los enfermos, pobres y desgraciados, gente sin recursos ni esperanza para una vida mejor: “los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen;… y a los pobres se les anuncia el Evangelio”.

Para conocer a Jesús es ver a quiénes se acerca y a qué se dedica. Su modo de actuar no es otro sino el de aliviar el sufrimiento, curar la vida y abrir un horizonte de esperanza a los pobres.

Jesús sana. Su pasión por la vida pone al descubierto nuestra superficialidad. Su amor a los vulnerables e indefensos desenmascara nuestros egoísmos y mediocridad. Su evangelio desvela nuestros autoengaños. ¿Nos basta una “caja de amor de Navidad” para celebrar la Navidad solidariamente y en cristiano?

¿A qué Jesús esperamos en Navidad y qué Jesús seguimos hoy los cristianos? ¿Nos dedicamos a hacer las “obras” que Jesús hacía? Y si no las hacemos, ¿Qué estamos haciendo en medio del mundo? ¿Qué está “viendo y oyendo” la gente en la Iglesia de Jesús? ¿Qué ve la gente en nuestra parroquia? ¿Qué escucha en nuestras prédicas?

Jesús sabe que su respuesta puede decepcionar  a quienes sueñan con un Mesías-Salvador poderoso. Por eso añade: “feliz el que no se sienta defraudado por mí”.

Felices los que descubren que ser creyente no es despreciar la vida, sino amarla; no es bloquear nuestro ser, sino abrirlo a sus mejores posibilidades. Todavía nos cuesta entender las palabras de Jesús: “He venido para que los hombres tengan vida, y la tengan en abundancia”.

¿Por qué no decimos a los cuatro vientos palabras como estas tan sencillas y directas?

La forma de identificar a Jesús es actuar. Si no aprendemos hoy que lo primero que nos identifica como cristianos es actuar a favor de la vida de los hombres, sobre todo, de los más desvalidos, nos falta algo esencial para ser discípulos de Jesús. Una Iglesia sin esta preocupación y sin misericordia es una Iglesia que no camina tras los pasos de Jesús. No hemos recibido “autoridad” para condenar, sino para sanar la vida.

¿Qué es una Iglesia sin compasión? ¿Quién la escuchará?,  ¿en qué corazón tendrá eco su mensaje?, ¿cómo podrá decir algo más de Navidad de lo que nos dicen los avisos consumistas? Sin duda, la sociedad necesita directrices morales y principios de orientación,  pero las personas concretas necesitan ser comprendidas con sus problemas, sus necesidades, sus sufrimientos y contradicciones. Una palabra que no esté tránsida de compasión difícilmente será bien acogida.

La Navidad, en lo esencial, no es hablar del amor de Dios, sino de la Obra del Amor de Dios: “La Palabra hecha carne”.

Así, también, el amor cristiano al que sufre no es un amor explicado, cantado, exaltado… como lo podemos hacer cantando villancicos. El amor verdadero no consiste en palabras sino en hechos: “Obras son amores y no buenas razones”.

Dios nos ama, actuando de esa manera: haciéndose hombre, no porque lo merezcamos, sino porque lo necesitamos. Así amamos los cristianos; actuando en favor del prójimo, no para ganar méritos, sino porque ellos lo necesitan.

viernes, 6 de diciembre de 2013

II DOMINGO DE ADVIENTO


Inmaculada Concepción: Lucas 1, 26-38.
"La Virgen del Adviento"

II Domingo de Adviento: Mateo 3, 1-12.
"Ser de Dios y ser del Pueblo"

P. Félix Zaragoza S.

Este Domingo II de Adviento, coincide con la fiesta de la Inmaculada Concepción de María. Nuestro cariño a la Virgen nos lleva a dar prioridad a la fiesta de la Inmaculada, pero no quisiéramos dejar pasar de largo, sin más, el mensaje del II domingo de Adviento.

La fiesta de la Inmaculada siempre está enmarcada en el tiempo de adviento. María es el modelo, la discípula que nos enseña cómo esperar la venida del Señor.

María es mucho más que una simple joven de Nazaret. Era portavoz de la esperanza de todo el pueblo, ¡del Pueblo de Dios!

Pero María, además de ser del pueblo, era también de Dios, totalmente, ¡Y Dios estaba con ella!

Ser de Dios y del Pueblo. Estos dos puntos marcan la vida de María. Por eso el pueblo la venera con tanto entusiasmo. Así lo hacemos hoy, celebrando la fiesta de su Inmaculada Concepción. Para poder ser del pueblo hay que ser de Dios. Para poder ser de Dios hay que ser del pueblo. Así quiere Dios y el pueblo. Así lo expresamos hoy al proclamarla “la llena de gracia” desde el mismo instante de su concepción.

María supo unir, en su vida, su amor a Dios y al pueblo. “Aquí está la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que Dios ha dicho”. Dios tomó en cuenta la vida de María desde su comienzo a su fin. Ella es de Dios total y radicalmente. Nunca hubo en ella algo que fuera contrario a Dios. Ella escucha, cree y vive la Palabra de Dios. Lo que ella canta en el Magnificat demuestra que conoce bien la Palabra de Dios. Estaba al tanto del plan de Dios descrito en la Biblia. Ella creyó, no dudó, se puso a su disposición: “que se cumpla en mí”. Así llegó a ser Madre de Dios. El evangelio nos dice que María “escuchaba todo y todo lo guardaba y lo meditaba en su corazón”.

Al mismo tiempo siempre estuvo preocupada y comprometida con la vida de los demás. Al ser informada de que Isabel estaba embarazada pensó y se preocupó de su prima más que de ella misma y “corrió” a ayudarla. Su preocupación por los demás queda claro en su actuación en las bodas de Caná. Ella afronta la dificultad. Allí “está de pie junto a la cruz”. No abandona en ningún momento a Jesús. Lo mismo hizo con los apóstoles. No los dejó. Perseveró con ellos en la oración en Pentecostés.

¿Qué significa para María ser del pueblo de Dios? Significa ser parte de un pueblo pobre y vivir sus problemas y esperanzas. Cree y espera que las promesas de Dios se realizarán. Era una “Pobre de  Yaveh” que vive una vida pobre y asume la causa de los pobres: “el reino de Dios y su justicia”.

Con la mirada puesta en María, vivamos el espíritu de Adviento. El Bautista, en este IIo  domingo de adviento, nos llama a la conversión. “Preparen el camino al Señor, emparejen sus senderos”. Este grito del Bautista no ha perdido actualidad. Como María, necesitamos ser de Dios y ser del pueblo. Escuchar más y mejor la Palabra de Dios y vivir de cerca los problemas y sufrimientos de las gentes. Es ahí, en medio de la vida, donde se le tiene que sentir a Dios como “alguien bueno”: un Padre que atrae a todos a buscar juntos una vida más humana. Quien no siente así a Dios no sabe cómo vivía Jesús ni cómo vivía María.

Sólo desde una actitud de conversión podemos vivir el adviento y preparar cristianamente la Navidad. Sólo una Iglesia en actitud de conversión es digna de Jesús. Conversión que nos lleve a vivir para el reino de Dios y su Justicia. Conversión para que “la compasión” y la ternura estén en el centro de nuestras relaciones humanas. La ternura siempre es curativa; con palabras, con manos, con caricias, con besos… Conversión que sintonice con el actuar de Jesús, que no es otro sino el aliviar el sufrimiento, curar la vida y abrir un horizonte de esperanza a los pobres.

Vivamos esta fiesta en actitud de silencio: El silencio de María. Si la persona se recoge y queda callada ante Dios, tarde o temprano su corazón comienza a abrirse. Se abre a Dios y se abre a los demás. A ello nos invita el Bautista. A ello nos invita María. “Una Palabra ha dicho Dios y la ha dicho en el silencio”.

miércoles, 27 de noviembre de 2013

I DOMINGO DE ADVIENTO



Lucas 23, 35-43.
"Adviento, don y tarea"

P. Félix Zaragoza S.


Comenzamos hoy el tiempo de Adviento, iniciando así un nuevo año litúrgico. Es como si estrenáramos ilusiones y esperanzas nuevas.

Adviento significa “venida”. Por tanto celebrar el adviento es reconocer la venida permanente de Dios que  vino, vendrá y no deja de venir. Así nos preparamos para la venida histórica que celebramos en Navidad. A la vez, el evangelio de hoy nos invita a estar preparados para la segunda venida del Señor.

Algo se conmueve dentro de nosotros  al iniciar el camino hacia la Navidad. Como que estamos más predispuestos  a la solidaridad, a la paz… El Adviento comienza con un canto a la futura paz universal. El profeta Isaías en la lectura de hoy anuncia que las armas se transforman en herramientas de trabajo: “De las espadas forjarán arados; de las lanzas, tijeras de podar. Nadie aprenderá a hacer la guerra”. Esto significa para nosotros   sembrar confianza, abrir horizontes de vida e irradiar esperanza. 

Celebrar el adviento es, sobre todo, vivir la esperanza. Y la esperanza es un constitutivo esencial en el ser humano. Lo último que se pierde. Vivir es esperar. Pero no todos esperamos igual. Unos esperan el advenimiento del dinero y el bienestar… otros, los cristianos, debemos esperar que el proyecto de Dios se vaya haciendo realidad.

Esperar la venida del Señor es confiar en la promesa de Dios, punto de arranque para transformar el mundo. La vida cristiana es una vida de esperanza. Pero una esperanza activa: “preparar el camino al Señor”, salir a su encuentro, anticipar el gozo de su venida…

En el Principito el zorro decía algo así: “Si me dices que vas a venir a las cuatro, yo te estaré esperando desde las tres”. A algo así nos invita el evangelio de hoy: “Estén en vela… estén preparados, porque a la hora que menos piensen vendrá el Hijo del hombre”. Son palabras que invitan a despertar y a vivir con más lucidez y más responsabilidad, a superar la superficialidad que lo invade todo, a no dejarnos arrastrar por la corriente, cuyo objetivo es tener y consumir.

Estar en vela, vigilar, es sacudirnos de encima la indiferencia, la rutina y la pasividad que nos hace vivir dormidos. Nos da lo mismo. La mitad de los chilenos no han votado en las elecciones. 

Estar en vela, en expresión del Papa Francisco, será  “ir a hacer lío”. Si no “despertamos”, seguiremos engañándonos y no habrá conversión ni personal ni en la Iglesia.

Estar en vela, vigilar, es estar atentos a la realidad. Saber ver los “signos de los tiempos”, escuchar los gemidos de los que sufren y vivir más atentos a los llamados del Evangelio. Tenemos corazón, pero se nos puede haber endurecido. Tenemos oídos, pero no escuchamos lo que Jesús escuchaba. Tenemos ojos, pero no vemos la vida como la veía Jesús, ni miramos a las personas como él las miraba.

Al comenzar el adviento, todos hemos de preguntarnos qué es lo que estamos descuidando en nuestra vida. Qué es lo que  en “el sueño” que estamos no nos deja soñar. Qué es lo que debemos cambiar y a qué hemos de dedicar más atención y más tiempo. Qué podemos hacer para no caer en el aburrimiento y superar el cansancio de vivir siempre lo mismo. Cómo acertar con el secreto de la vida…

Las palabras de Jesús hoy están dirigidas a todos y cada uno: “Estén atentos, vigilen”. Hemos de reaccionar.  Si lo hacemos, viviremos uno de esos raros momentos en que nos sentimos “despiertos” desde lo más hondo de nuestro ser.