miércoles, 11 de diciembre de 2013

III DOMINGO DE ADVIENTO


Mateo 11, 2-11.
"¿Eres tú el que ha de venir?"

P. Félix Zaragoza S.


Hoy, tercer domingo de Adviento, abundan las expresiones de alegría desde el inicio de la Eucaristía. De ahí que es llamado domingo de “gozo”. El Señor está cerca. Se aproxima la Navidad.

Lo que el Bautista oye de Jesús le deja desconcertado. . No responde a sus expectativas. El espera un Salvador que se imponga por la fuerza de Dios. ¿Qué hacía ese Jesús de Nazaret en el que tantas esperanzas había depositado, contando parábolas, entreteniéndose con niños y enfermos? ¿A qué venía proclamar un año de gracia y dejar de lado el “día del castigo” ¿Quién está equivocado: el Bautista o Jesús?

¿Quién es Jesús? Para salir de dudas, el Bautista encarga a dos discípulos que pregunten a Jesús sobre su verdadera identidad: “Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a  otro? Una pregunta que era decisiva en los primeros momentos del cristianismo. Una pregunta que sigue teniendo plena actualidad porque, como el Bautista, nos cuesta acabar de creer que Jesús sea quien viene a cumplir el proyecto de Dios, y que su “Evangelio de amor” pueda algún día hacerse realidad.

La respuesta de Jesús no es teórica sino muy precisa: Digan “lo que están viendo y oyendo”. Lo que se ve y lo que se oye desvanece toda duda. Su respuesta no es que el Templo se llene o que se cumple con la Ley de Dios. Jesús responde con su actuación al servicio de la vida de los enfermos, pobres y desgraciados, gente sin recursos ni esperanza para una vida mejor: “los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen;… y a los pobres se les anuncia el Evangelio”.

Para conocer a Jesús es ver a quiénes se acerca y a qué se dedica. Su modo de actuar no es otro sino el de aliviar el sufrimiento, curar la vida y abrir un horizonte de esperanza a los pobres.

Jesús sana. Su pasión por la vida pone al descubierto nuestra superficialidad. Su amor a los vulnerables e indefensos desenmascara nuestros egoísmos y mediocridad. Su evangelio desvela nuestros autoengaños. ¿Nos basta una “caja de amor de Navidad” para celebrar la Navidad solidariamente y en cristiano?

¿A qué Jesús esperamos en Navidad y qué Jesús seguimos hoy los cristianos? ¿Nos dedicamos a hacer las “obras” que Jesús hacía? Y si no las hacemos, ¿Qué estamos haciendo en medio del mundo? ¿Qué está “viendo y oyendo” la gente en la Iglesia de Jesús? ¿Qué ve la gente en nuestra parroquia? ¿Qué escucha en nuestras prédicas?

Jesús sabe que su respuesta puede decepcionar  a quienes sueñan con un Mesías-Salvador poderoso. Por eso añade: “feliz el que no se sienta defraudado por mí”.

Felices los que descubren que ser creyente no es despreciar la vida, sino amarla; no es bloquear nuestro ser, sino abrirlo a sus mejores posibilidades. Todavía nos cuesta entender las palabras de Jesús: “He venido para que los hombres tengan vida, y la tengan en abundancia”.

¿Por qué no decimos a los cuatro vientos palabras como estas tan sencillas y directas?

La forma de identificar a Jesús es actuar. Si no aprendemos hoy que lo primero que nos identifica como cristianos es actuar a favor de la vida de los hombres, sobre todo, de los más desvalidos, nos falta algo esencial para ser discípulos de Jesús. Una Iglesia sin esta preocupación y sin misericordia es una Iglesia que no camina tras los pasos de Jesús. No hemos recibido “autoridad” para condenar, sino para sanar la vida.

¿Qué es una Iglesia sin compasión? ¿Quién la escuchará?,  ¿en qué corazón tendrá eco su mensaje?, ¿cómo podrá decir algo más de Navidad de lo que nos dicen los avisos consumistas? Sin duda, la sociedad necesita directrices morales y principios de orientación,  pero las personas concretas necesitan ser comprendidas con sus problemas, sus necesidades, sus sufrimientos y contradicciones. Una palabra que no esté tránsida de compasión difícilmente será bien acogida.

La Navidad, en lo esencial, no es hablar del amor de Dios, sino de la Obra del Amor de Dios: “La Palabra hecha carne”.

Así, también, el amor cristiano al que sufre no es un amor explicado, cantado, exaltado… como lo podemos hacer cantando villancicos. El amor verdadero no consiste en palabras sino en hechos: “Obras son amores y no buenas razones”.

Dios nos ama, actuando de esa manera: haciéndose hombre, no porque lo merezcamos, sino porque lo necesitamos. Así amamos los cristianos; actuando en favor del prójimo, no para ganar méritos, sino porque ellos lo necesitan.