jueves, 9 de enero de 2014

I DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO


Mateo 3, 13-17.


"El Bautismo de Jesús,
La Vocación de Jesús"

P. Félix Zaragoza S.


Hoy celebramos la última fiesta del ciclo de Navidad y, a la vez, damos  comienzo al Tiempo ordinario.

Después de su  manifestación en el niño del pesebre, Dios se da a conocer en su Hijo Amado en el umbral de la vida pública de Jesús: en el bautismo en el Jordán.

Si la Navidad ha sido celebrar “la Encarnación”, si el nacimiento es asumir nuestra naturaleza humana, hacerse hombre para estar con nosotros y como nosotros, encontrarlo hoy en la fila de los pecadores que se disponen a recibir el bautismo del Bautista, es llevar a la práctica esa encarnación. Se hace solidario con la humanidad pecadora. Y es que la salvación se hace presente donde está el pecado. Así, el Salvador, el nacido en el pesebre, entra en acción.

Con su bautismo en el Jordán Jesús acaba su vida oculta y empieza su vida pública. Jesús no vuelve ya a su trabajo de Nazaret. Al salir del agua vive una experiencia que lo impulsa a marchar hacia Galilea para comenzar su propia misión. Animado por el Espíritu, comenzará una vida nueva, totalmente entregado al servicio del Reino de Dios.

Jesús vivió en el bautismo una experiencia que marcó para siempre su vida. En esta experiencia toma conciencia de su propia vocación.

Como es natural, los evangelistas no pueden describir lo que ha vivido Jesús en lo más profundo de su corazón, pero han sido capaces de recrear una escena conmovedora para sugerirlo. Está construida con rasgos de hondo significado. “Los cielos se rasgan”: Ya no hay distancias entre Dios y los hombres. Se oye una voz venida del cielo: “Tú eres mi hijo, el amado, mi predilecto”. Esto es lo que Jesús escucha de Dios en su interior: “Tú eres mío. Eres mi hijo. Tu ser está brotando de mí. Yo soy tu Padre. Te quiero entrañablemente. Me llena de gozo que seas mi hijo. Me siento feliz”.

Esto mismo es lo que ocurre en nuestro bautismo, pero ¿lo sentimos como lo sintió Jesús?

De esta experiencia brotan dos actitudes que Jesús vive y trata de contagiar a todos: confianza increíble en Dios y docilidad incondicional.

Por eso no se queda en el desierto con el bautista, sino que empieza a hacer gestos de bondad: cura enfermos, defiende a los pobres, toca a los leprosos, acoge a los pecadores, abraza a niños de la calle…

Y todo esto lo hace porque se siente lleno del “Espíritu” bueno de Dios, que le empuja a potenciar y a mejorar la vida de la gente. Lleno de ese Espíritu bueno de Dios, se dedica a liberar   a la gente de “espíritus malos”, que no hacen sino dañar, esclavizar y deshumanizar…

En realidad, podemos decir que la experiencia del bautismo ha sido para Jesús el llamado de su propia vocación: ha escuchado el llamado del Padre y es consciente de vivir poseído por el Espíritu de Dios para llevar a cabo la misión que el Padre le ha confiado.
            El profeta Isaías, según la primera lectura de hoy, ya había anunciado cuál sería el estilo de su actuación: “No gritará, no clamará… la caña cascada no la quebrará, la mecha vacilante no la apagará… para implantar la justicia en la tierra”.
            Esta es también nuestra vocación cristiana. El papa Francisco nos dice: “la esencia de nuestra vocación es “darse a los demás”. “El discípulo de Cristo no puede poseerse a  sí mismo. Su posición no es de centro, sino de periferias: vive intencionado hacia las periferias.

El bautismo de Jesús es el modelo más perfecto de nuestro bautismo. Para nosotros el bautismo es también el inicio de un camino y de una misión. En el bautismo nace nuestra vocación.

Tarde o temprano, todos nos tenemos que preguntar cuál es nuestra vocación: cuál es la razón última de nuestro vivir diario y para qué comenzamos un nuevo día cada amanecer. No se trata de descubrir grandes cosas. Sencillamente, saber que nuestra vida puede tener sentido para los demás, y que nuestro trabajo puede servir para que alguien tenga una vida más digna y dichosa.

No se trata tampoco de escuchar un día un llamado extraordinario y definitivo. El sentido de la vida lo vamos descubriendo a lo largo de los días, mañana tras mañana. En toda vocación hay algo de incierto. Siempre se nos pide una actitud de búsqueda, disponibilidad y apertura.

¡Renovemos nuestro bautismo! ¡Tomemos conciencia de nuestra vocación!