jueves, 5 de septiembre de 2013

XXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO



Lucas 14, 25-33.
"¿Renuncia o lucidez?"
En el año de la fe
P. Félix Zaragoza S.

El domingo pasado Jesús nos hablaba de reino, banquete, fiesta… Hoy nos habla de exigencias, renuncias y condiciones para participar en el banquete del Reino.

Las palabras de hoy están dirigidas directamente a los que nos llamamos cristianos. Tres son las exigencias ineludibles del seguidor de Jesús:

• Adhesión total a su persona

• Capacidad para asumir los costos.

• Renunciar a todo lo que se puede considerar “personal” y “particular”.

Las dos parábolas breves del evangelio de hoy iluminan la seriedad del compromiso para no caer en ridículo.

Tenemos que entender bien la exigencia de Jesús para no quedarnos en las renuncias en sentido negativo. Toda renuncia implica una decisión y una ruptura, y las decisiones que contienen rupturas siempre tienen un aspecto doloroso ciertamente.

Pero, nada más ajeno al evangelio que provocar dolor y sufrimiento por sí mismo, como si el dolor fuera por sí sólo redentor. Evangelio significa Buena Noticia. Por eso, el centro de la vida cristiana no está en la renuncia de todo lo bueno y gozoso que Dios ha puesto en el mundo, sino en la vida, en la plenitud de la vida, en la dignidad de la vida y también el goce y disfrute de la vida. Y esto lleva consigo exigencias que arrancan del mismo evangelio, como se nos enseña en el texto de hoy.

Sorprende y desconcierta, casi escandaliza, la radicalidad que supone seguir a Jesús.

Cuando un maestro intenta atraer discípulos, presenta un camino atractivo. Sin embargo Jesús coloca muy altas sus exigencias: “El que no renuncia a todo lo que tiene, no puede ser discípulo mío”.

Para esto se necesita lucidez. Es un error pretender ser discípulo de Jesús sin detenernos a reflexionar sobre las exigencias concretas que encierra seguir sus pasos y sobre las fuerzas con que hemos de contar para ello. Nunca pensó Jesús en seguidores inconscientes, sino en personas lúcidas y responsables.

Las dos imágenes que emplea Jesús son muy concretas. Nadie se pone a “construir una torre” sin reflexionar sobre cómo debe actuar para lograr acabarla. Sería un fracaso empezar a “construir” y no poder llevar a término la obra iniciada.

El Evangelio que propone Jesús es una manera de “construir” la vida. Un proyecto ambicioso, capaz de trasformar nuestra existencia y cambiar nuestro mundo. Por eso no es posible vivir de acuerdo al Evangelio sin detenernos a reflexionar sobre las decisiones que hay que tomar en cada momento.

También es claro el segundo ejemplo que pone Jesús. Nadie se enfrenta de manera inconsciente a un adversario que le viene a atacar con un ejército más poderoso sin reflexionar antes si aquel combate terminará en victoria o será una derrota.

No es posible construir el Reino de Dios sin renuncias personales, sin lucidez, responsabilidad y decisión. El Reino y su justicia tienen adversarios a los que hay que enfrentarse.

En los dos ejemplos se repite lo mismo: los dos personajes se “sientan” a reflexionar sobre las exigencias, los riesgos y las fuerzas con que cuentan para llevar a cabo su cometido.

Seguir a Jesús


El gran riesgo de los cristianos ha sido siempre pretender ser cristiano sin seguir a Jesús. De hecho, en nuestras comunidades hay cristianos buenos que viven su religión sin haber tomado la decisión de vivir siguiendo a Jesús.

Jesús es la opción primera que ha de hacer un cristiano. Esta decisión lo cambia todo. Es comenzar a vivir de manera nueva: vivir al estilo de Jesús. Esto es: creer en lo que Jesús creyó, dar importancia a lo que Jesús daba, interesarnos por lo que Jesús se interesó, defender la causa que Jesús defendió, mirar a las personas como las miraba Jesús, acercarnos a los que sufren como Jesús se acercaba…

El seguimiento exige una dinámica de movimiento. Significa ponerse en camino. El que se detiene o se instala se va quedando lejos de Jesús. Lo contrario del seguimiento es el inmovilismo. El proyecto de Jesús se centra en los “otros”, está orientado a los demás, con la intención puesta en aliviar el sufrimiento ajeno. Por eso hay que estar dispuesto a renunciar a todo lo personal.