viernes, 20 de septiembre de 2013

XXV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO


Lucas 16, 1-13.
"No pueden servir a Dios al dinero"
En el año de la fe
P. Félix Zaragoza S.


Como preparación al evangelio de hoy, en la primera lectura, se nos presenta al profeta Amós denunciando las corrupciones, las trampas y las injusticias en las ventas y en las transacciones humanas. Dios le dice al profeta que él no piensa olvidar las injusticias con los pobres.

Jesús nos sorprende hoy con la parábola que llamamos: “el administrador tramposo”. Nos sorprende por el hecho de utilizar como modelo a una persona al parecer poco correcta.

Para entender la parábola mejor necesitamos saber cómo actuaban los administradores en Palestina. No recibían un sueldo por su trabajo. Vivian de la comisión que cobraban poniendo intereses. El peligro y la tentación de excederse era grande. De esto parece ser que acusan al administrador de la parábola. Su actuación debe entenderse así: El que debía cien barriles de aceite había recibido prestado cincuenta nada más, los otros cincuenta eran de comisión para el administrador y a la que éste renunció con tal de ganarse amigos para el futuro.

Jesús alaba al administrador de la parábola no por su buena o mala administración, sino por su astucia: por su capacidad de rehacer su vida.

Jesús pretende que nosotros también avivemos nuestro ingenio y que trabajemos por nuestro futuro. Demasiado a menudo nuestra vida es sin mucha proyección. Nos gusta “vivir al día” y no pensar mucho en el día de mañana. “Mañana será otro día”.

Al hablar del Dinero, Jesús se refiere al dinero con mayúscula y no sólo habló de su materialidad económica, sino de una intencionalidad de vida, una dedicación de esfuerzos y de una preocupación por los demás: ganarse amigos para esta vida y la vida eterna.

Jesús, sin tierras, ni trabajo fijo, su vida de profeta itinerante dedicado a la causa del reino de Dios, se permite hablar del dinero con total libertad. Y, por otra parte, su amor a los pobres y su pasión por la justicia de Dios lo urgen a defender siempre a los más excluidos. Habla del dinero con un lenguaje muy suyo. Lo llama “dinero injusto”. Al parecer no conoce “dinero limpio”.

¿Qué pueden hacer quienes poseen riquezas injustas? El evangelio nos dice hoy: “gánense amigos con el dinero injusto para que, cuando les falte, los reciban a ustedes en las moradas eternas”.

Con esto, Jesús viene a decir así: ocupen su riqueza en ayudar a los pobres. Dicho con palabras más actuales: la mejor forma de “blanquear” el dinero injusto ante Dios es compartirlo con los más pobres.

Y es que un seguidor de Jesús no puede hacer cualquier cosa con el dinero: hay una manera de ganar, de gastar y de disfrutar el dinero que es injusto, pues no toma en cuenta a los pobres.

La lógica de Jesús es aplastante. Si uno vive pensando sólo en el dinero, no puede servir a Dios que quiere una vida más justa y digna para todos.

Algo falta en nuestra vida cristiana cuando pretendemos vivir lo imposible: el culto a Dios y el culto al Dinero. La frase que escuchamos hoy nos es conocida y la contundencia con que la expresa Jesús excluye todo intento de suavizar su sentido: “No pueden servir a Dios y al Dinero”.

Para Jesús, quien se ata al dinero termina alejándose de Dios. El dinero termina sustituyendo a Dios. En una vida así ya no reina Dios que pide solidaridad, sino el dinero, que sólo busca su propio interés. El corazón atrapado por el dinero se endurece y no piensa en las necesidades de los demás. En su vida no hay lugar para la solidaridad. Por eso no hay lugar para un Dios Padre de todos.

Sólo hay una manera de vivir como “hijo” de Dios, y es vivir como “hermano” de los demás. El que vive ocupado de sus dineros e intereses no puede ocuparse de sus hermanos, y no puede, por tanto, ser hijo de Dios.

A quien vive dominado por el interés económico, aunque viva una vida “piadosa” y “recta”, le falta algo esencial para ser un buen cristiano: romper la servidumbre del “poseer” que le quita la libertad para escuchar y responder mejor a las necesidades de los pobres.

Es sorprendente con qué sencillez desenmascara Jesús nuestras falsas ilusiones. “No pueden servir a Dios y al Dinero”. Nosotros creemos que nos servimos del dinero; Jesús nos habla de que servimos al dinero y no vemos que el dinero es nuestro dueño y señor. Creemos poseer cosas y las cosas nos poseen.