miércoles, 20 de noviembre de 2013

SOLEMNIDAD DE CRISTO REY, REY DEL UNIVERSO



Lucas 23, 35-43.
"Servir es reinar"
en el Año de la Fe
P. Félix Zaragoza S.


Hoy, que ya es el último domingo del año litúrgico, celebramos la fiesta de Cristo Rey del Universo. Hoy también se clausura el año de la fe.

            El evangelio de Lucas, que nos ha acompañado durante este año, nos sitúa en el calvario, en el momento culminante de Jesús: su entrega hasta la muerte. Hoy se nos invita a resumir todo lo contemplado a lo largo del año en una sola mirada: Jesús, el único que vale la pena tener ante los ojos. “¡Mirarán al que traspasaron!”.

            “La gente estaba allí mirando” dice el evangelio de hoy. Nosotros podríamos situarnos con esa gente en el calvario, para mirar a Jesús en el momento culminante de su muerte. Sólo una mirada desde el silencio nos permitirá contemplar el misterio de la Cruz de Jesús y de todas las cruces que rodean a la de Jesús:  “había otros crucificados con él”. Una mirada al crucificado nos centrará esta fiesta de que Cristo es Rey, pero no como los reyes de este mundo.

            Dejemos también que resuene por dentro ese breve diálogo tan elocuente, esa plegaria de otro crucificado: “Jesús acuérdate de mí cuando estés en tu reino” y la respuesta de Jesús: “Te aseguro que hoy mismo estarás conmigo en el paraíso”.

            Nuestra Iglesia está presidida por la imagen del Crucificado. Ahí está nuestro Dios y ahí están también, como en el calvario, otros “crucificados”: personas que sufren crucificados por la desgracia, las injusticias y el olvido: niños que mueren de hambre, mujeres maltratadas, niños violados, ancianos ignorados, emigrantes sin papeles y sin futuro, torturados y asesinados, tantos que sufren y mueren abandonados.

            Hoy, al contemplar a Jesús como Rey del Universo, lo vemos en una cruz. ¿Qué hace Dios en una cruz? Despojado de todo poder, de toda belleza estética, de todo éxito político y de toda aureola religiosa. Es rey con corona, pero de espinas. No tiene otro manto regio que su propia piel. En sus manos no hay otro cetro que el fierro frío y penetrante de los clavos. Así, Dios se revela en lo más puro e insondable de su misterio, como amor y sólo amor. Por eso padece con nosotros, sufre con nuestro sufrimiento y muere con nuestra muerte.

            Al contemplar a Jesús como rey en una cruz no lo podemos ver a él solo. En el calvario no está solo. Hoy tampoco.

            Por eso, esa cruz de Cristo, levantada en el centro de la Iglesia, es “memoria” conmovedora de un Dios crucificado y recuerdo permanente de su identificación con tantos inocentes que sufren de manera injusta en nuestro mundo.

            Esa cruz nos recuerda que Dios sufre con nosotros. ¿Qué significa la imagen del crucificado si no vemos marcados en su rostro el sufrimiento, la soledad, la tortura y desolación de tantos hijos e hijas de Dios?

            Al clausurar el Año de la Fe, nos tenemos  que preguntar: ¿Cómo es posible creer en un Dios crucificado por los hombres? ¿Nos estamos dando cuenta de lo que decimos creer? ¿Qué hace Dios en una cruz? ¿Cómo puede subsistir una religión fundada en una concepción tan absurda de Dios? ¿Qué sentido tiene llevar una cruz sobre  nuestro pecho si no sabemos cargar con la más pequeña cruz de tantas personas que sufren junto a nosotros? ¿Qué significan nuestros besos al crucificado si no despiertan en nosotros el cariño, la acogida y el acercamiento a quienes viven crucificados?

            Un  “Dios Crucificado” no es un ser “Todopoderoso”, majestuoso, inmutable, ajeno a los sufrimientos, sino un Dios humillado que sufre con nosotros el dolor, la angustia y hasta la misma muerte.

            Con la cruz, o termina nuestra fe en Dios o nos abrimos a una comprensión nueva y sorprendente de un Dios  que, encarnado en nuestro sufrimiento, nos ama de manera increíble.

Esta es la manera más auténtica de celebrar la fiesta de Cristo Rey del Universo: Mirar al Señor, pero sin desviar la mirada de los otros crucificados, para reavivar nuestra compasión hacia los que sufren.