jueves, 7 de noviembre de 2013

XXXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO


Lucas 20, 27-38.
"Después de la muerte ¿qué?"
en el Año de la Fe
P. Félix Zaragoza S.

El evangelio de este domingo nos presenta una situación en que los saduceos, un grupo que no creía en la resurrección, como tantas personas en la actualidad, plantean a Jesús el caso de una mujer que quedó viuda siete veces y le preguntan: “¿De cuál de ellos será esposa en la resurrección?, pues los siete la tuvieron por mujer”.

La manera de hacer la pregunta da a conocer el concepto que tienen del matrimonio: una pura relación legal destinada a la reproducción.
            
Con la preguntan pretenden, así, ridiculizar la creencia en la vida después de la muerte. Pero  Jesús no entra en el terreno de la broma y manifiesta su fe en la resurrección y que Dios es un “Dios de vivos y no de muertos”.
            
Antes que nada, Jesús rechaza la idea pueril de los saduceos, que imaginan la vida de los resucitados como prolongación  o calco de esta vida que ahora conocemos, como si resucitar fuera simplemente un revivir para volver a vivir como antes.
            
Es un error representarnos la vida resucitada por Dios  a partir de nuestras experiencias actuales. Hay una diferencia radical entre nuestra vida terrena y esa vida plena que esperamos. Esa vida que situamos en “el cielo”, es una vida absolutamente “nueva”. Por eso la podemos esperar, pero nunca describir o explicar.
            
“Dios no es un  Dios de muertos, sino de vivos. Para Dios todos están vivos”. Dios es fuente inagotable de vida. La muerte no le puede ir quitando a Dios sus hijos después de unos años de vida. Cuando nosotros los lloramos porque los hemos perdido en esta tierra, Dios los contempla llenos de vida porque los ha acogido en su amor de Padre.
            
Según Jesús, la unión de Dios con sus hijos no puede ser destruida por la muerte. Su amor es más fuerte que la muerte. Dios crea a sus hijos, los cuida, los defiende, se compadece de ellos y rescata su vida del pecado y de la muerte.
            
Dios es amigo de la vida. Por eso se compadece de todos los que no saben o no pueden vivir de manera digna. No descuida nada de lo que ha creado. Ama a todos los seres, de lo contrario no los hubiera creado. Mucho más a sus hijos que los ha creado a “su imagen y semejanza”.
            
Jesús nos propone a los hombres que vivamos y ayudemos a vivir, amando a los demás sin límites. Así, asegura una vida definitiva a todos los que se preocupen por la vida de los necesitados: “porque tuve hambre y me diste de comer…  entra a casa a gozar del reino de los cielos”.

¿Por qué hemos de morir?

Algo se subleva dentro de nosotros ante la muerte. Sí desde lo más hondo de nuestro ser nos sentimos hechos para vivir, ¿por qué hemos de morir?
            
El hombre es el único animal que sabe que va a morir. Buscamos una mejor calidad de vida. Nos damos cuenta de que la vida debería ser mejor para todos: más segura, más feliz, más larga… En el fondo anhelamos vida eterna.
            
No es difícil  de entender la actitud de vivir sin pensar en la “otra vida”. En las encuestas sobre la fe, el tema de la resurrección aparece como uno de los menos aceptados por la mayoría de los creyentes. ¿Para qué pensar en otra vida, si sólo estamos seguros de esta vida? ¿No es mejor disfrutar al máximo nuestra vida actual?
            
Son preguntas que están en la conciencia del hombre contemporáneo.
            
Sin duda, esta vida finita encierra un gran valor. Es muy grande vivir, aunque sólo sea unos años. Es lindo amar, gozar, luchar por un mundo mejor… Pero hay algo que, honradamente, no podemos eludir: la verdad última de todo proceso sólo se capta en profundidad desde el final.
            
Si lo último que nos espera a todos y a cada uno es la nada, ¿qué sentido último  pueden tener nuestros trabajos, esfuerzos, progresos…?, ¿qué  decir de los que han muerto sin haber disfrutado de felicidad alguna?, ¿qué decir de tantas vidas malogradas, sufridas, perdidas o sacrificadas?, ¿qué esperanza puede haber para ellos?, ¿qué esperanza puede haber para nosotros mismos, que no tardaremos en desaparecer de esta vida sin haber visto cumplidos nuestros deseos de felicidad y plenitud?
            
El misterio último de la vida exige alguna respuesta. Alguien ha dicho: “De la muerte, la razón me dice que es definitiva. De la razón, la razón me dice que es limitada”. Desde los límites y la oscuridad  de la razón humana, los creyentes nos abrimos con confianza al misterio de Dios.
            
Dios no es sólo el creador de la vida sino que también, es el resucitador que la lleva a su plenitud. Dios nos ha creado para vivir: esta vida y la vida eterna.