martes, 14 de mayo de 2013

ASCENSIÓN DEL SEÑOR


¿Qué hacen mirando el Cielo?

¿SUBIR O DESCENDER?

P. Félix Zaragoza

Texto: Lucas 24,46-53
Hoy celebramos la Fiesta de la Ascensión. El misterio de la Ascensión no es un episodio aislado, el último de la historia de Jesús; no podemos verlo como un hecho independiente y separado temporalmente de su misma Resurrección.

La Resurrección, la Ascensión y la Venida del Espíritu Santo entrañan un sólo acontecimiento. Ha sido la catequesis la que nos lo explica en diferentes etapas para comprender mejor un único misterio: la Pascua del Señor. La Ascensión ocurrió, por tanto, el mismo día de la Resurrección.

Sabemos que esta Fiesta, separada de la Resurrección, no se celebró en la Iglesia hasta finales del siglo IV.

El Evangelio de hoy, con enorme concisión, relata la Ascensión del Señor: "Después de hablarles, Jesús subió al cielo".

Y esto no ha de ser interpretado como si fuera un reportaje de un suceso fotografiable, sino como escenificación literaria de un dato de fe, evento invisible, pero real: el paso glorioso de Cristo al Padre.

Del Evangelio de hoy derivan dos dimensiones de una misma realidad; la primera respecto de Jesús: Glorificación y plena soberanía de Cristo sobre la humanidad y el universo. La segunda respecto de nosotros: el mandato misionero.

1. Glorificación de Jesús. 
Antes de nada habría que corregir el lenguaje. En lugar de Ascensión tendríamos que decir Glorificación o Exaltación. La palabra "ascensión" evoca la categoría de espacio: subir hacia arriba, como un misil, un astronauta o un supermán, que se pierde de vista, alejándose de la tierra. 

Jesús resucitado no subió en el sentido literal de la palabra, porque Dios no vive en los espacios siderales más allá de las nubes; sino que fue exaltado como Señor en la Gloria del Padre. 

Hablar de cielo supera nuestro lenguaje. El cielo es estar y vivir con Dios; pero no podemos concretarlo en un espacio determinado y ubicado en las alturas. Como un eco de esta creencia de colocar a Dios por encima de la nubes, el primer cosmonauta afirmaba no haber visto a Dios por ninguna parte durante su vuelo espacial. Diríamos que el cielo es Dios mismo. Y Dios sigue estando en el mundo. Por eso el libro de los Hechos de los Apósito les reprocha: "¿Qué hacéis plantados mirando al cielo?".  

De ahí que la Ascensión de Jesús es una invitación a descender, a no mirar las nubes, sino el suelo. Difícil misión del cristianos sumergirse en la ciudad y en el campo, "mundanizarse", y "politizarse" (hacerse ciudadano).  Lo propio del cristiano es descender, como Jesús, a lo más profundo de la existencia.  Lo de descender parece que no va con nosotros. Nos gusta más subir, escalar honores y títulos. Y esto, incluso, dentro de la Iglesia. 

La misma Jerarquía se constituye como escalafón ascendente: Diácono, Sacerdote, Obispo, Arzobispo, Cardenales, Papa. A cada uno de estos corresponde, al menos, un título honorífico: Reverendo, Monseñor, Ilustrísimo y Excelentísimo, Su Eminencia, Su Santidad...  Pero ¿Habrá algo más ajeno al Evangelio que tanta vanagloria?

Ojalá aprendamos de Jesús que “descendió, se humilló hasta la muerte y muerte de cruz, y por eso Dios le levantó y le concedió un nombre sobre todo nombre”.

2. El mandato misionero.
La misión que confía Cristo a la Iglesia es anunciar el Evangelio y continuar su tarea liberadora.

Dos son, pues, las formas de la misión que Jesús nos confía: el anuncio directo y el testimonio mediante signos de liberación. Tenemos que anunciar una noticia, pero tiene que ir acompañada de un testimonio. Por eso, no sólo serán palabras, sino que el anuncio irá acompañado de las señales de liberación y de vida. Esto es lo que quiere decir el Evangelio de hoy al hablar de "expulsar demonios”, “tomar serpientes y veneno”. No se trata de hacer exorcismo, sino de quitar el mal, el pecado, lo demoníaco que hay en el hombre, en la sociedad y en el mundo.

Además hay que hablar un lenguaje nuevo. Es decir, romper las barreras que impiden a los hombres comunicarse, relacionarse como hermanos, y así hacer posible la paz, la fraternidad, el amor... 

Finalmente, hay que ayudar a los pobres, sanar a los enfermos, hacer más liviano el dolor de los que sufren. Sin este compromiso por la promoción integral del hombre no hay un verdadero anuncio del evangelio, aunque cada año realicemos un proyecto misionero.

La celebración de la Ascensión nos urge a pasar de las puras palabras a la realidad de los hechos. Solamente así haremos presente a Jesús y su Reino.