sábado, 18 de mayo de 2013

PENTECOSTÉS


EL DON DEL ESPIRITU

P. Félix Zaragoza

Texto: Juan 20, 19-23
Hoy, domingo de Pentecostés, es la culminación del tiempo de Pascua. Como decíamos ya el domingo recién pasado, lo que celebramos hoy es realmente una de las caras de la resurrección de Jesús: comunicar su Espíritu.

No podemos pensar que el Espíritu aparezca hoy por primera vez. Su presencia es realidad desde el día primero de la resurrección, como lo vemos en el evangelio de hoy. Evangelio que ya lo habíamos leído en el segundo domingo de Pascua.

Para Juan el envío del Espíritu Santo tiene lugar ya el mismo día de la resurrección. Pero este hecho de recibir el Espíritu fue vivido por los discípulos como un proceso, de manera que hoy celebramos que, un tiempo después de la resurrección quedaron nuevamente impregnados de la. fuerza del Espíritu de tal manera que iniciaron, con una intensidad imparable, el anuncio del evangelio.

Jesús resucitado es, para nosotros, el que nos da su mismo Espíritu, el Espíritu Santo. Ya desde el mismo día de la resurrección los discípulos experimentaron que en su interior tienen aquel mismo espíritu que movió a Jesús, y que los identifica con él: incluso Jesús hace el gesto de exhalar el aliento sobre ellos, para expresar que les traspasa lo que él lleva en su interior: el Espíritu. Además les traspasa su misma misión. Misión que lleva consigo el poder de liberar a los hombres del pecado.

Como lo referente al contenido de la misión ya lo reflexionamos el domingo pasado, hoy nos fijaremos en el mismo Espíritu como impulsor de la misión.

1. El Espíritu inaugura la misión. 
Como la de Cristo, la misión de los apóstoles, la misión de la Iglesia, va sellada por el Espíritu, que fue protagonista de la vida de Jesús desde la Encarnación (se encarnó por obra del Espíritu Santo) hasta la muerte y resurrección. Del mismo modo, el Espíritu es también protagonista desde el principio hasta el final en la vida y actividad misionera de la Iglesia. 

Es el Espíritu el que hace cambiar a los apóstoles. El contraste entre la situación de antes y después de recibir el Espíritu es muy fuerte. Antes: miedo, tristeza, puertas cerradas, dudas, silencio, clandestinidad... Después: valor, fe, alegría, apertura, paz, seguridad, proclamación en plena calle... 

Una vez bautizados en el Espíritu Santo, es visible en los apóstoles la fuerza de Dios. Es el Espíritu el que los empuja, como el viento empuja las hojas; los arroja al mundo a comunicar el evangelio. Evangelio que es comprensible por todos los hombres, de distintas razas, culturas o lenguas. Es el Espíritu el que nos hace hablar un lenguaje universal: el único, que respetando las diferentes culturas, hace que los hombres nos entendamos: el lenguaje del amor. 

2. ¿Quién es, para nosotros, el Espíritu Santo?
Se dice con frecuencia que el Espíritu Santo es el gran desconocido u olvidado. En cierto sentido sucede hoy lo que nos cuenta el libro de los Hechos de los Apóstoles. Al llegar Pablo a Efeso preguntó a unos discípulos, que encontró allí, si habían recibido el Espíritu Santo. La respuesta no pudo ser más desoladora: "ni siquiera hemos oído hablar sobre el Espíritu Santo".

En nuestro pueblo cristiano abundan las devociones, rezos y celebraciones para los misterios de Cristo y para las múltiples advocaciones de la Virgen o de los santos, pero muy poco para el Espíritu Santo. Hablamos poco en realidad del Espíritu. Deberíamos hablar más. Porque el Espíritu es la fecundidad de Dios, la novedad de Dios, la libertad de Dios, la vida de Dios... que se hacen fecundidad, novedad, libertad y vida nuestra.

¡Cuántos miles y millones de cristianos celebramos hoy Pentecostés! Pero ¿se va a notar mañana que hemos abierto nuestras puertas y ventanas personales, de la comunidad, de la Iglesia al Viento del Espíritu? ;Ven, Espíritu Santo; llena los corazones de tus fieles y prende en ellos el fuego de tu amor!