viernes, 16 de agosto de 2013

XX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Lucas 12, 49-53.
"El fuego del amor".
En el año de la fe
P. Félix Zaragoza S.

El evangelio de este domingo nos introduce en el anhelo profundo que lleva a Jesús a vivir de modo apasionado su misión. Resulta inquietante oír de labios de Jesús palabras tan sorprendentes como las que hoy escuchamos en el evangelio. El mensaje de hoy sacude, impacta y transforma. Invita a vivir apasionados por la misión.

La imagen del fuego nos remite a una imagen clásica en la historia bíblica para representar a Dios. Moisés vio una zarza que ardía sin consumirse en el monte Sinaí. En Pentecostés el fuego es la presencia del mismo Espíritu Santo.

Pero debemos situarnos en el contexto del domingo pasado. Jesús va hacia Jerusalén a poner la mesa del Reino: el mundo tiene que cambiar. Las palabras de Jesús que escuchamos hoy nos invitan a reaccionar de nuestras inercias y apatías. Por los caminos de Galilea Jesús se esforzaba por contagiar el “fuego” que ardía en su corazón: “He venido aprender fuego en el mundo: ¡ojalá estuviera ya ardiendo!”, nos dice el evangelio de hoy. En este sentido, un evangelio apócrifo recuerda otro dicho que puede provenir de Jesús: “El que está cerca de mí está cerca del fuego. El que está lejos de mí está lejos del Reino”.

Quien se aproxima a Jesús con los ojos abiertos y el corazón despierto, como nos decía el domingo pasado, va descubriendo que el “fuego” que arde en su interior es la pasión por Dios y compasión por los pobres, por los que sufren. Esto es lo que le mueve y le hace vivir buscando el “Reino de Dios y su justicia” hasta la muerte.

Jesús, al unir la pasión por Dios y la misericordia por los pobres, hace que su mensaje se convierta en novedad, en Evangelio… Va más allá de lo convencional. Poco tiene que ver con la rutina del buen orden y la frialdad del cumplimiento de leyes y de normas a las que se estaba acostumbrado en el Antiguo Testamento. Sin este fuego, la vida cristiana termina apagándose, extinguiéndose.

El gran pecado de los cristianos será siempre dejar que el fuego de Jesús se vaya apagando: sustituir el ardor del amor por la doctrina religiosa, el orden y el culto. ¿Para qué puede servir una Iglesia de cristianos instalados cómodamente en la vida, sin pasión alguna por Dios y sin compasión por los que sufren? ¿Para qué se necesitan en el mundo cristianos incapaces de infundir “luz” y “calor” al estilo de Jesús?

Quien no se ha dejado quemar por el fuego de Jesús no conoce todavía el poder transformador que quiso introducir Él en la tierra. Puede practicar correctamente la religión cristiana, pero no ha descubierto todavía lo más apasionante del Evangelio. El que ha entendido a Jesús vive y actúa movido por la pasión de colaborar en un cambio hacia una sociedad más justa.

Cuando sentimos a Dios como Padre y a todos como hermanos y hermanas, cambia nuestra visión de todo.

Lo primero que cuenta es la vida digna, lograda y dichosa para todos.


La paradoja del evangelio de la Paz

Es curioso y paradojal que en este pasaje evangélico, Jesús nos diga: “No he venido a traer paz sino división”. Nos sorprende, pues en el conjunto de la Biblia la paz se nos ofrece como uno de los dones que Dios quiere regalar a los hombres.

Sin embargo, claramente, hoy nos dice que viene a traer división, aun dentro de la familia. Y es que la Paz del Reino no tiene nada que ver con la ausencia de conflicto que proviene de mantener inalterable la situación de injusticia. Muy lejos se sitúa Jesús de esas falsas tranquilidades sobre el poder y la fuerza que esconden relaciones aparentemente pacíficas, pero llenas de tensiones, represiones, miedos y marginaciones. Jesús se sitúa lejos de la tranquilidad de las aguas estancadas donde se esconden inmovilismos injustos. La paz y el orden que con frecuencia defendemos es todavía un desorden, pues no hemos logrado dar de comer a todos los pobres ni garantizar sus derechos a toda persona, ni siquiera eliminar las guerras.

Vivir el Evangelio provoca tensiones, conflictos y divisiones. En expresión del papa Francisco, provoca “lío”: ¡ese fuego transformador es el que Jesús desearía que esté ardiendo!