miércoles, 16 de octubre de 2013

XXIX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO


Lucas 18, 1-8.
"La misión en el año de la fe"

P. Félix Zaragoza S.

Antes de dar por terminado el año de la fe, en el domingo universal de misiones, el evangelio de hoy termina preguntando: “Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?”.

¿De qué fe se trata? Ya lo sabemos por domingos anteriores que creer en Dios es creer en el Reino y su justicia. Creer en Dios es creer en la vida. Es intuir que el mundo tiene un sentido. Es creer que otro mundo es posible. Creer es confiar en el misterio que encierra la creación: un Dios que es amor.

Por eso, hoy tenemos que preguntarnos cómo es nuestra fe. En qué Dios creemos realmente: ¿Creemos en el Dios de Jesús? ¿Creemos de verdad en el evangelio? Por esta fe es por la que Jesús pregunta si encontrará en la tierra cuando vuelva.

Hoy decimos que muchos se están alejando de la fe. Pero también hay que preguntar: ¿En qué Dios creían? Probablemente fuera una “fe infantil”. Para vivir una fe adulta, al estilo de Jesús, hay que dejar a un lado esquemas y planteamientos infantiles, y aprender a creer de manera más responsable.

Por eso, “si alguien deja de creer en su Dios de madera, no es porque no haya Dios, sino porque el verdadero Dios no es de madera”.

El evangelio de hoy nos presenta una parábola: “el juez injusto y la viuda creyente”. La parábola es breve y se entiende bien. Ocupan la escena dos personajes que viven en la misma ciudad. Un “juez” al que le faltan dos actitudes: “no teme a Dios” y “no le importan las personas”. Es un hombre sordo a la voz de Dios e indiferente al sufrimiento de los pobres. Es la “antimetáfora” de Dios, cuya justicia consiste precisamente en escuchar a los pobres más vulnerables.

La “viuda” es una mujer sola, privada de un esposo que la proteja y sin apoyo social. Es pobre entre los más pobres. Todo depende de ella. La mujer no puede hacer otra cosa sino presionar, reclamar sus derechos, sin resignarse a los abusos de su “adversario”. Toda su vida se convierte en un grito: “Hazme justicia”. Su petición es la de todos los oprimidos injustamente.

Durante un tiempo el juez no reacciona. No se deja conmover. Después reflexiona y decide actuar. No por compasión ni por justicia. Sencillamente para evitar ser molestado, ya que la mujer era insistente.

La parábola se centra en la fe de la viuda, que confiaba firmemente en alcanzar la justicia a la que tenía derecho.

Si un juez tan egoísta y corrupto termina haciendo justicia a esta viuda, Dios, que es un Padre misericordioso, atento a los más indefensos, “¿no hará justicia a sus pobres que gritan día y noche?”

La parábola nos da un mensaje de confianza en Dios. Los pobres no están abandonados a su suerte, Dios no es sordo a sus gritos. Dios no es “imparcial” hacia los débiles.

El símbolo de la justicia en el mundo grecorromano era una mujer que, con los ojos vendados, imparte un veredicto supuestamente “imparcial”. Según Jesús, Dios no es este tipo de juez imparcial. No tiene los ojos vendados. Conoce muy bien las injusticias que se cometen con los débiles y su misericordia le hace inclinarse a favor de ellos.

¿Qué eco pude tener hoy en nosotros este relato que nos recuerda tantas injusticias?

La parábola nos interpela a todos los creyentes. ¿Seguiremos alimentando nuestras devociones privadas olvidando a quienes viven sufriendo? ¿Continuaremos orando a Dios para ponerlo al servicio de nuestros intereses sin que nos importen mucho las injusticias que hay en el mundo? ¿Nuestra fe es esta, de la que habla el evangelio de hoy, que lucha por el Reino y su justicia, o es más bien una fe que sustituye la sed de justicia por “culto”, “ritos” o vivir devotamente sin complicaciones?

Que la misión de este año de la fe nos fortalezca y, a ejemplo del papa Francisco, unamos fe y vida.