jueves, 3 de octubre de 2013

XXVII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO


Lucas 17, 5-10.
"Ser creyente hoy"
En el año de la fe
P. Félix Zaragoza S.

El evangelio de hoy nos habla de la fe. Se trata de volver a lo esencial de la fe.


Tener fe no es tener opinión sobre Dios; tampoco una forma cultural o una devoción. La fe de un cristiano es descubrir a Jesús, fiarse de él y acoger el Evangelio.

Cuando los discípulos de Jesús, después de escuchar la parábola del domingo pasado: el rico y el pobre Lázaro…, le piden: “auméntanos la fe”, se sale de la lógica de la cantidad, del tener más o menos fe, y se salta a la calidad. La describe como una semilla pequeña, pero llena de vida, como una fuerza capaz de transformar la sociedad.

Para entender el evangelio de hoy tenemos que recordar las parábolas del Reino. Hay que tener presente la parábola de “la semilla de mostaza”. Crece con ramas como brazos abiertos que acogen a los pájaros, donde entran y salen y ponen el nido. Hoy tenemos que pedir con los apóstoles: “añádenos más fe a la que tenemos”. La fe que vivíamos desde niños parece que hoy es insuficiente. A esa fe tradicional hay que añadirle “algo más” para ser cristiano.

Lo primero que necesitamos hoy los cristianos no es “aumentar” nuestra fe en doctrinas y normas. Lo decisivo es  reavivar en nosotros una fe viva y fuerte en Jesús. Lo importante no es creer cosas sino creerle a él.

No se debe confundir cualquier envoltorio con el corazón de la fe. Es un error confundir la esencia del cristianismo con cualquier creencia, cualquier rito, cualquier precepto moral.

Jesús nos ha mostrado con su vida cómo hemos de creer, en quién hemos de creer, quién es nuestro Dios. Tenemos que rezar con un maestro de la Iglesia: “Dios mío, líbrame de mi Dios”. Puedo creer en un Dios que no es el que Jesús nos da a conocer. El Dios de Jesús se revela primero en quién es Dios para Jesús: Alguien para quien Dios es Dios como no lo ha sido para nadie. No es el Dios “todopoderoso” y lejano, sino un Padre que se parece más bien a una “madre”. No es un Dios pasivo, sino “pasional”, que padece y simpatiza con los hombres, sobre todo los más excluidos. Es un Dios que tiene un proyecto de amor, justicia, libertad y paz  para todos los hombres.

Necesitamos  contagiarnos de su pasión por Dios y su compasión por los últimos. Si no es así, nuestra fe seguirá siendo más pequeña que “un granito de mostaza”. No “arrancará moreras” ni “plantará nada nuevo”.

¿Cómo podemos hoy nosotros, los cristianos de  fe tibia y débil, aprender a creer al estilo de Jesús? Jesús deja a Dios ser Dios, ser un Dios diferente del que con frecuencia creemos.

Más de veinte siglos de cristianismo han dejado mucho polvo y escoria sobre el retablo del credo apostólico. Es urgente restaurar el retablo central de la fe. En los buenos retablos los ángeles están en los aleros, no en los paneles centrales. Estos suelen estar reservados para Dios Padre, a Jesucristo, al Espíritu Santo. No es posible vivir una fe adulta con un catecismo de infancia.

Hoy no se puede creer en Dios como hace unos años. A nosotros nos toca la tarea de aprender caminos nuevos para abrirnos al misterio de Dios. La fe no está en nuestras creencias o en nuestras dudas. Está más allá: en el corazón que nadie, excepto Dios, conoce.

Lo importante es ver si nuestro corazón busca a Dios o lo rechaza. A pesar de toda clase de interrogantes, si de verdad buscamos a Dios, siempre podemos decir desde el fondo de nuestro corazón la oración de los discípulos: “Señor, auméntanos la fe”. El que reza así es ya creyente.