DOS MANERAS DE ENTENDER LA RELIGION
P. Félix Zaragoza S.
Texto: Marcos 7, 1-23
Si el domingo recién pasado veíamos que muchos discípulos abandonaron a Jesús, mientras que otros creyeron en él diciendo que no encontrarían á ningún otro con palabras de vida, hoy vemos las prácticas de ambos grupos: los que se cansan de seguir a Jesús, han abandonado los mandamientos de Dios y se limitan a cumplir ritos; los que creen en Jesús, llevan una vida que, como la de Jesús, escandaliza y cuestiona.
El evangelio de hoy desarrolla, bajo diversos aspectos, la oposición de Jesús a las prescripciones y leyes que observaban los fariseos, Jesús anuncia cuál es el camino que el hombre tiene que seguir para llegar a Dios. Lo que importa no es el cumplimiento de prácticas externas, sino la fidelidad a Dios.
Lo que cuenta para Jesús es la manera cómo el hombre vive y actúa en el mundo, su comportamiento y actitudes.
Por tanto la verdadera cuestión planteada en el evangelio de hoy está centrada en descubrir la relación del hombre con Dios: ¿Qué es lo que nos une o separa de Dios? Frente a una tradición farisaica, asfixiante que ponía fuera de la ley a Jesús y a los discípulos, Jesús responde que la relación con Dios es cuestión de corazón.
1. Hipocresía en el culto
“Entonces le dijo: ¡Qué bien profetizó Isaías acerca de Ustedes, los hipócritas, según aquello que dijo: este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me rinden de nada sirve; sus enseñanzas no son más que preceptos humanos!”.
Sorprende la dureza de la respuesta de Jesús. Habla de hipocresía, que es inautenticidad o fingimiento. El gesto exterior sin espíritu interior no vale nada. Dios mira el corazón y es el corazón lo que debe estar limpio.
Por eso Jesús recuerda lo que decían los profetas al respecto. Los profetas habían denunciado muchas veces el uso de la religión para tranquilizar la conciencia; rezar mucho mientras se cometían injusticias; acusaban de reducir la religión a puros ritos, a ceremonias, a gestos externos que escondían un corazón vacío de amor a Dios e incapaz de amar al prójimo. Dios, dicen los profetas, no acepta esta clase de culto.
Por eso Jesús citando uno de esos textos, pone el dedo en la llaga y descubre la causa del mal: la religión queda vacía al sustituir los mandamientos de Dios por tradiciones y ritos puramente humanos.
Sería triste si todavía Jesús nos tiene que recordar esto mismo a muchos cristianos. A veces sustituimos los ritos vacíos de los fariseos por otras prácticas y ritos que consideramos cristianos: prender velas, bendiciones con agua bendita, hacer peregrinaciones, cumplir mandas, colocarse medallas... Entiéndase bien; no se equiparan. No quiero condenar cualquier manifestación de religiosidad popular. Lo que nos pide el evangelio de hoy es una revisión de las prácticas religiosas, para no caer en una religión de puros ritos mágicos, para no comercializar a Dios, para no colocar esas prácticas por encima de la ley misma de amar a Dios y al prójimo. No podemos contentarnos con una observancia externa y para cumplir Tenemos que llevar la fe a la vida.
2. Lo que agrada a Dios
Después, al completar la explicación a sus discípulos, que tampoco lo entendían bien, Jesús pone como ejemplo algunas de las acciones que no agradan a Dios: asesinatos, robos, envidia, orgullo, mentiras, infidelidad matrimonial, perversiones... En todas esas acciones hay un denominador común: hacen daño a la vida, a la dignidad o a los derechos del hombre.
Esto mismo, en sentido positivo, es lo que nos dice la carta del apóstol Santiago que leemos en la misa de hoy: "Lo que agrada a Dios es: ayudar a huérfanos y viudas en sus tribulaciones y no mancharse las manos con el pecado del mundo".
Solamente quien trata de vivir en la práctica lo que cree, amando a los hermanos está en el camino de la religión verdadera. "La fe sin obras está muerta".
Si no acompaña el compromiso de la persona, los signos cultuales, incluso los mismos sacramentos, degeneran en puros ritos, en magia, en rutina, en religiosidad, en "cumplimiento" con Dios y con los demás. Lo que Dios quiere es que vivamos su amor amando a los hermanos.