sábado, 8 de septiembre de 2012

XXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO


PARA PODER HABLAR, ANTES HAY QUE ESCUCHAR

P. Félix Zaragoza
Texto: Marcos 7, 31-37

El evangelio de hoy nos habla de Jesús que devuelve a un sordo, que a la vez es mudo, la capacidad de oír y de hablar.

Para entender bien el mensaje del evangelio de hoy tenemos que tener en cuenta que la sordera, igual que la ceguera, se prestan a utilizarse en sentido figurado en todas las culturas. Incluso en nuestro castellano actual se dice "no hay peor sordo que el que no quiere oír". Dicho en el que la palabra "sordo" no tiene un significado físico, sino simbólico.

No es extraño, pues, que los términos "sordo", "mudo" puedan aparecer también en el evangelio con sentido figurado.

El sordo—mudo que aparece en el evangelio de hoy representa a los que no escuchan, no entienden, o no quieren entender el mensaje de Jesús. Por eso resultan mudos a la hora de expresarlo.

1- Las Causas de la Sordera.
Un sordo es un hombre que no oye nada más que a sí mismo. Eso es lo que les pasaba a los discípulos representados por el sordomudo del evangelio. Por ser judíos eran fanáticos de su religión, eran orgullosos, se consideraba el pueblo elegido de Dios, poseedores de la verdad, estaban aferrados a sus tradiciones, según vimos ya el domingo recién pasado. Y esto hasta tal punto que no eran capaces de escuchar otras cosas. No aceptaban lo que poco antes les había dicho Jesús: que todos los hombres son iguales, independientemente de su raza, cultura, tradiciones religiosas o de cualquier otra separación que los hombres, a lo largo de la historia, han establecido entre ellos; que la salvación es para todos los hombres, porque todos somos igualmente hijos de Dios.

No olvidemos que esta escena del sordomudo está colocada en el evangelio de Marcos a continuación de otra escena milagrosa, donde Jesús sana a la hija de una extranjera, haciendo así realidad el universalismo de la salvación. Además, este episodio del sordomudo se realiza en territorio pagano, haciendo así visible el universalismo del evangelio. Esto no les gustaba a los judíos. Por eso no escuchan a Jesús, porque se les terminaban sus privilegios. La sordera de los discípulos la provoca su nacionalismo excluyente. Para ellos era más importante ser israelita que ser persona humana. No quieren que el reino de Dios sea para todos los hombres. Y lo peor es que, sordos para oír el mensaje de Jesús, resultan también mudos a la hora de expresarlo.

Esto mismo es lo que le pasó a Zacarías, el padre de Juan Bautista. Al no creer—escuchar a Dios lo que le anunciaba, quedó mudo.

2. Para poder hablar, antes hay que escuchar.
Las personas que nacen sordas, también acostumbran a ser mudas, porque el oído y el habla van muy unidos. Quien no escucha no puede hablar.

Por eso nosotros, muy difícilmente podemos anunciar el evangelio, si antes no le hemos escuchado en el corazón.

Permítanme contar lo que me pasó con un grupo de jóvenes. Estábamos haciendo una experiencia de oración y un joven dijo: "yo no escucho para nada a Jesús". Claro, ¿cómo va escuchar a Jesús, sino ponemos el evangelio en sus manos? En el evangelio es donde tenemos la palabra del Señor. Ahí tenemos que escucharla. Porque el evangelio no es letra muerta, sino que la Palabra es El mismo, que se hace carne. Y eso sucede en la Eucaristía. 

Por eso, sobre todo, es en la misa, en la liturgia de la Palabra donde el mismo Jesús nos habla; es en la misa, sobre todo, donde cada domingo tenernos que escucharle. ¿Cómo puede ser alguien catequista o misionero si no participa normalmente en la eucaristía?

Además, difícilmente podremos hablar el lenguaje del amor, si antes no hemos escuchado el grito de los que sufren a nuestro alrededor; difícilmente podremos decir algo al hombre de hoy, al joven de hoy, si no escuchamos sus angustias y esperanzas, sus alegrías y tristezas. No podemos tener una relación a fondo con las personas, si no somos capaces de escucharlas largamente. El escuchar es un signo de esperanza, es un signo de respeto a los valores humanos.

En nuestros días, debemos reconocerlo, hablamos mucho, pero escuchamos poco. Nos lanzamos a decir muchas cosas, pero nos distanciamos de la realidad que nos rodea, porque no escuchamos a las personas.

Y esto ocurre también, debemos reconocerlo, dentro de la Iglesia. Nos consideramos maestros y dueños de la verdad en casi todo.

Que el Señor abra hoy nuestros oídos, como al sordo del evangelio. "Habla Señor, que tu siervo escucha".